La reaparición del eternamente licenciado y Supremo, sentadito en su popular finca de La Chingada en Palenque, me recicla la curiosidad sobre esa palabra multifacética e inabarcable, la más machaconamente pronunciada y escuchada por las bocas patrias y los oídos nacionales.

¿Por qué se llama La Chingada el refugio donde El Supremo optó por encerrarse para que fluyese con serenidad su potencia intelectual?, ¿lo haría pensando en que la idiosincrasia mexicana emanó entera de ese big bang lingüístico?, ¿o supondrá que aún vivimos en las entrañas de la chingada o, peor todavía, que hacia ella nos dirigimos en nuestra calidad de pueblo unido? En todo caso, que El Supremo haya asestado ese patronímico elocuente a su tropical Valhalla ha servido, felizmente, para despenalizar el empleo de ese concepto tan nuestro y que ahora se le escuche con libertad en la mañanera, el radio, la tele y hasta, como es ahora el caso, leerse en un periódico sin temor a la represión.

Recuerdo el maravilloso Diccionario del español usual en México que publicó Luis Fernando Lara en El Colegio de México, y el más reciente Diccionario de mexicanismos que publicó hace poco la Academia Mexicana de la Lengua bajo la guía de la sabia Concepción Company. Registran de chingar, chinguetas y chingativo hasta chingomadral, voces que se ilustran con ejemplos coloquiales como “¡Chingue su madre!”, que “se usa al percatarse de haber cometido un error” (que es justo de lo que no se percató el Supremo en su chingaquedito Olimpo y su chinguero de pavorreales chingones).

Alguna casualidad me llevó a abrir el kilo de diccionario justo en la página de esa voz estúpida y estupefacta, herida e hiriente. ¿Acaso la Patria bibliomántica envía un mensaje secreto? A fin de cuentas, como la Suprema finca, esa chingada es la apretada síntesis del estado que oficialmente guardaba la nación hasta que, al llegar El Supremo en 2018, la convirtió en la misma chingada, pero humanista.

La entrada chingada (no sin aclarar que es “grosero y ofensivo), señala algunas acepciones que abrevio: 1. Se usa para intensificar cualquier exclamación o para adjetivar violenta y fuertemente cualquier expresión: “¡Ah, qué la chingada!”, “¡Sálganse de aquí, con una chingada!”; “ 2. La (tu, su, mi, etc.) chingada (madre). La madre, concebida como violada o mancillada: “¡Miren a ese cabrón, debería de darle vergüenza, hijo de su chingada madre!”; “Tú ya no respetas ni a tu chingada”. 3. Llevarse a alguien la chingada o irse alguien a la chingada: “¡Me lleva la chingada!”, “Ahora sí que te llevó la chingada: descubrieron el fraude que hiciste”. 4. Algo de la chingada. Muy mal: “La situación económica está de la chingada”, “En este viaje me fue de la chingada”, etc.

Y, desde luego, la acepción más actual: 5. Mandar a la chingada: Deshacerse de alguien o de algo, desentenderse de él (o de ella), no hacerle caso: “Ya ni oyó mis razones: me mandó directamente a la chingada”. O “Manda a la chingada al huachicol fiscal, a los lujos de los funcionarios, a la sobrerrepresentación en las cámaras, a las elecciones en la Suprema Corte y a todas esas chingaderas”, etc.

Además de “chingada”, en las mismas páginas se localizan chingadazo, chingado, chino, chiqueador y chiquero, por si alguien las anda necesitando. Ah, y “Pejelagarto”, que en el Diccionario de mexicanismos (p. 576) dice: “Pez actinopterigio de hasta dos metros con escamas gruesas, distintas manchas y dientes largos y afilados”. Y “Palenque” (p.553): “Lugar en donde se realizan peleas de gallos” (o de pavorreales).

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