Cada vez que, paseando o caminando las calles de la ciudad, me encuentro ante un letrero que dice “Se necesita personal”, en seguida mi mente observa y protesta: “Lo que se requiere es una nueva humanidad”. Es sólo una frase socarrona, mas quiere decir que me encuentro de buen humor. Y ésta sí que es buena noticia en mi caso; el buen humor o el temperamento cálido, da lugar a un bienestar inesperado. Lo malo es que dura sólo algunos momentos, un tiempo pasajero e impreciso, un sueño que se esfuma apenas se recupera la conciencia cotidiana. No hay de que preocuparse, sin embargo, pues el tiempo no sucede, está allí estacionado como una ilusión que no muere jamás. Existe el tiempo de los animales, el físico, y el cual es posible medir de diversas maneras; en años o días a los que incluso se les adjudica un número o un sobrenombre; “lunes”, “2023”, “día de muertos”, lo que, si se piensa bien, es una costumbre demasiado optimista porque un día, llámese como sea, de pronto se transforma en toda una vida humana y el tiempo supuestamente transitado se desvanece en un parpadeo. ¿A dónde se ha marchado? Nadie podría arriesgar una respuesta.
Antes decía a mis amigos, en arrebatos de buen humor, cuando me invitaban a sus casas, que si bien me marchaba muy tarde, en cambio, de la vida habría de irme a tiempo y temprano. Todavía no me voy, hecho que me descubre como un estafador o un delincuente verbal. Leo en la novela de Dino Buzzati, Bàrnabo de las montañas: “Parece que el tiempo tarda mucho en pasar y después, en cambio, huye como el viento.” Esta obra transcurre así, se demora eternamente en la descripción de cada sensación humana y, repentinamente, se va, huye hacía algún espacio que le reserva ese tiempo estacionado, mudo, inexistente, como es en las novelas de Kafka o Handke. “Casi todos mis amigos han fracasado, pero los perdono, han sido sólo objeto de una broma bastante cruel”, dicta mi buen humor, sin olvidarme de que yo soy el primero en esa fila. El tiempo es en sí una broma, de modo que definirlo, medirlo, “seguirle” con una lupa los pasos, es algo absurdo y hasta cómico.
Alguna vez, cuando se me consideraba un mozalbete, casi un niño, escribí: “Pedro nació, fue a la escuela, conoció a una mujer, tuvo un hijo, envejeció y murió”. Podría describirlo de otra forma: “Pedro nació, no fue a la escuela, se mantuvo soltero, envejeció y murió”. ¿Cuál es la diferencia entre ambos casos? No la hay, se hallan labrados por la misma sustancia. Se me podría advertir: “Es la experiencia íntima lo que hace diferentes a ambas vidas”. Es verdad, pero la experiencia íntima es intransmisible y es al mismo tiempo pasajera, aunque los recuerdos y el arte se empeñen en conservarla. Otra objeción a esta respuesta sería que Pedro es muchos Pedros: nada permanece, todo cambia (que Pedro tenga pedritos no modifica mi ejemplo). A mí me gustaría ser yo. Es quizás lo único que me seduce en la actualidad, pero es imposible porque no reconozco a aquel que fui apenas hace unos días. Y, sin embargo, uno puede experimentar en un momento de buen humor la sensación de ser eterno. No intento definir el tiempo, esa es tarea de los artistas, ni tampoco el tiempo animal, cuya labor de parcelar pertenece a los físicos o administradores de lo real. Sólo deseo acentuar esta broma que es el tiempo y que se vive con una seriedad de comediante. Jamás le diría a alguien en “año nuevo”: “Ojalá que tu prole crezca”, pues el sólo hecho de pensarlo me causa escalofríos. Hay demasiadas personas. Igualmente me inclino también por las novelas breves y cualquier escrito mayor a las doscientas páginas me despierta terror, es como si un gordinflón te pidiera que lo cargaras y lo llevaras de una esquina a otra. La brevedad no es un concepto, más bien es la esencia de lo que se percibe. De todas formas, uno podría leer un solo libro —sin importar el número de páginas— durante toda su vida y se percataría de su infinitud. ¿Ven ahora por qué creo que los momentos de buen humor son magníficos e inapreciables? De la política común y cotidiana uno aprende el fracaso o la inutilidad de las promesas. Y si mis opiniones les son molestas, puedo expresar justamente las contrarias. ¿No es tal la manera en que los timadores alcanzan el éxito? Esta última frase me ha puesto de un magnífico humor; no es poca cosa. Y acaba de marcharse.
