La palabra “mañanera” significó en cierto tiempo algo relativo al acto sexual. Al menos en el ámbito común. Hoy, en México, el sentido de esta palabra parece sólo aludir a las conferencias informativas, sermones, prédicas, o apariciones en los medios que diariamente el señor presidente utiliza para dirigirse al público que desea escucharlo. Debido a que escribo durante las noches, que no veo televisión y las mañanas me son ajenas me he perdido absolutamente todas estas sesiones, pero no del todo la glosa que se hace de ellas en los periódicos, redes, sobremesas y algunas otras formas de comunicación. Cuando al principio me enteré de esta clase de rituales informativos desconfié inmediatamente de ellos. En un país aquejado de tantos males, pensaba, los servidores públicos debían ponerse a trabajar, en vez de hacerse publicidad, avivar la propaganda y hacer política —como se le dice hoy a la degradación de la ética pública— desde una tribuna masiva. Sin embargo, pensaba, también era conveniente dar la cara o mantener un diálogo con la sociedad de la que se es presidente. Informar, ofrecer alguna noticia relevante, defenderse de las difamaciones e incluso disculparse de las equivocaciones cometidas.

El tiempo pasó, y me enteré de que esta herramienta civil, ya utilizada en exceso, había devenido en una especie de espectáculo en el que incluso algunas personalidades faranduleras exigían se les invitara al programa o show presidencial, sea para dar su opinión, hacer preguntas o defenderse, pero sobre todo con el fin de formar parte del tinglado. Debido a que las descalificaciones en este foro parecen ser continuas, así como las acusaciones, las largas peroratas en las que incluso las ocurrencias toman forma, es hasta cierto punto comprensible que varias personas deseen adquirir notoriedad o celebridad en el programa matinal que se comenta socialmente también de manera impúdica, a veces cortésmente, en otras violenta. Recuerdo que quien fuera presidente de Ecuador, Rafael Correa, en sus conferencias sabatinas llegó a quemar periódicos en su programa semanal. Piras simbólicas.

En el libro Cómo sacar provecho de sus enemigos, el filósofo ateniense, Plutarco, aconseja cómo distinguir a los amigos de los aduladores, y cómo hacer de la crítica y los denuestos de los enemigos un bien propio. Es evidente que el solo nombre del presidente mexicano puede despertar las polémicas incluso más absurdas. Los zalameros o halagadores le han hecho mucho daño al poder ejecutivo porque lesionan su sentido crítico y la fortaleza de su entusiasmo ideológico. Dividir a una sociedad compleja en héroes y villanos es una de las causas de una situación semejante, de la cual el presidente es responsable también. Sin embargo, resulta un tanto inútil tratar de llamar al diálogo a sociedades lesionadas en su fundamento económico y educativo, inclinadas a la veneración, la guerra florida, la descalificación irresponsable y adictas al rumor difamatorio y al entretenimiento masivo. Si yo fuera presidente (hipótesis extravagante), intentaría practicar una visión de estado más amplia o profunda, me esmeraría en equilibrar la riqueza pública a través de las instituciones, pero sobre todo me rodearía de las personas más capaces técnicamente (cada una en su ámbito) e interesadas en cuestiones éticas complejas, no en representar el bien engañando a la comunidad indefensa. Haría lo posible por desterrar la corrupción en cualquier aspecto, no sólo el económico, y aprendería a escuchar todas las versiones. Sacaría provecho de mis enemigos.

Cuando recuerdo a generales y políticos en apariencia tan diferentes como Santos Degollado, Ignacio Comonfort o Felipe Ángeles, no olvido, más allá de sus particulares vidas, tiempos, etcétera, que todos ellos estaban hartos de la guerra interminable, principalmente los dos primeros; sin embargo, la tolerancia, la calidad humana (Felipe Ángeles) y la necesidad de dialogar con los enemigos y hacer la paz con tal de formar un país (Degollado, Comonfort), estuvieron latentes durante los cargos más importantes de sus vidas. MI ejemplo es demasiado amplio, interesado, y los historiadores podrán estar en desacuerdo conmigo, pero creo que se excederían negando del todo mi apreciación. La estructura de este cotidiano espectáculo mañanero terminó por disgustarme, pues demora la posibilidad de una justicia real e incluyente, despilfarra el tiempo de acción, y ha llegado a parecerme incluso nocivo, dicho aquí con respeto hacia el poder ejecutivo y los escasos políticos y funcionarios capaces que hoy en día le rodean.