Voy a expresarlo de una forma práctica o mundana: los sentimientos crean o dan lugar a las razones. Uno no decide enamorarse u odiar, por más que se encuentre rodeado de personas hermosas, adorables u odiosas. Tantas veces estas cualidades van de la mano: la belleza y el ser desagradable (yo me encuentro a menudo con gente emergida de la garganta de un perro, y no tomo la decisión de odiarles, sólo intento alejarme). Las leyes vienen después, pues su naturaleza consiste en llegar tarde a la cena para ver qué pueden construir entre tanta confusión humana. No habría leyes si las personas no fueran diferentes en múltiples sentidos: sin individuos sentimentales que edifican razones convenientes no se podrían crear leyes que intentan impedir que estos se aniquilen entre sí. Cuando se lee la obra de Rousseau, estas certezas saltan a la vista y no es gratuito que el hombre civil haya sido su alternativa o solución a las naturales diferencias que existen entre los seres humanos. El ser civil es una especie de hipócrita inteligente, un ser que reprime sus sentimientos más dañinos socialmente con el fin de poseer un lugar entre los extraños. Acerca del autor de Las confesiones, El contrato social, Emilio, Julia o la nueva Eloísa, etc… el filósofo alemán Ernst Cassirer escribió (Le problème Jean-Jacques Rousseau): “A sus ojos, la ley no es ni el adversario ni aquello que contradice la libertad; es, al contrario, la que puede ofrecer y verdaderamente garantizar la libertad”. Si todos fuéramos absolutamente iguales (y no sé exactamente qué significa ser iguales en abstracto) entonces la ley carecería de sentido, lo mismo que los sentimientos y la razón que permite argumentar lo que le conviene al ejército de los extraños, vecinos o diferentes que conviven entre sí.

El párrafo anterior no tendría que sorprender a nadie que haya debido soportar a la gente indeseable. Y la sustancia de lo que en él se dice proviene de un filósofo, Rousseau, huraño, sentimental, susceptible y a quien no fue sencillo tratar. No obstante, deben evitarse las guerras entre humanos, las humildes y las mundiales, a partir de comprender la diferencia, de inventar buenas razones y de edificar leyes que irán progresando y cambiando con la mano del tiempo. Ahora bien; el sustrato primitivo de tales leyes son los sentimientos, la sustancia íntima de las personas, su libertad salvaje; de modo que nadie se aproveche de las leyes blandiéndolas como si estas fueran divinas o universales: son sólo un recurso humano que evita las guerras intestinas e idiotas. Por cierto, me han obsequiado un libro que fue quemado en público por el régimen nazi y sus huestes mentecatas, se llama Sin novedad en el frente, del alemán Erich Maria Remarque, y que narra los horrores y sufrimiento de un conjunto de soldados durante la Primera Guerra Mundial. Pablo, el narrador, dice: “No habíamos echado todavía raíces y la guerra nos ha arrancado; se nos ha llevado como en medio de la corriente de un río”. La profunda desazón que se extiende en este libro es similar a la que uno advierte cuando tiene que involucrarse en guerras sin sentido en donde uno es arrancado del suelo aún sin echar raíces y perdiendo toda libertad, razón e individualidad.

En 1928, Antonieta Rivas Mercado escribió: “La mujer es distinta del varón y debe afirmar su diferencia, en vez de aspirar a igualarse”. Su feminismo contemplaba que las mujeres eran también distintas entre sí y, en un momento vehemente, afirmó que aún así ellas tenían que ser capaces de dar vida moral a los hombres. La cito, pues como saben me estoy refiriendo a una escritora, feminista, mecenas a cuyo alrededor, hace casi cien años, se reunieron personas de las más diversas tendencias estéticas y sexuales. Su ejemplo me ayuda a reafirmar que las diferencias entre seres humanos son, como lo creía Rousseau, el fundamento de la libertad que las leyes deben asegurar, no reprimir. Es posible que las pasiones y sentimientos personales me lleven a una vida de sufrimiento y tortura, o no; sin embargo, las leyes tienen que buscar la concordia no la esclavitud de quienes son distintos entre sí. Sé que se trata de asuntos obvios y que soy repetitivo, pero se me ha ocurrido escribir sobre esto ahora que una mujer muy capaz preside la SCJN, hecho que me parece necesario y bienvenido, aun a mí, escritor huraño, sentimental y totalmente pesimista.