La labor intelectual de Leonardo da Jandra, su pasión y constancia en la divulgación de la literatura y la filosofía, más su abierta esperanza en los jóvenes y en su rescate de la momificación prematura, hacen de este escritor una excepción en México desde hace ya casi medio siglo. Su vida ascética, su carácter aguerrido y provocador, su estilo complejo no lo hacen presa del aplauso fácil. ¿Por qué se olvida de una forma tan aberrante el valor y la vida de pensadores de esta altura? La desmemoria corroe nuestro tiempo y, en cambio, se ensalzan la novedad sin sustento, la promesa atarantada y las relaciones públicas en la literatura. Da Jandra ha escrito a manos llenas libros de filosofía y literatura de ficción; y ha hecho de Oaxaca su casa y centro de acción (su taller, revista y editorial Avispero dan cuenta de ello). Parece olvidado y ese olvido es justo la medida de la estatura intelectual de nuestra época, más allá de lo que pueda opinar la crítica literaria en México (hoy casi inexistente) o los expertos en la actualidad. El hecho de que Da Jandra haya intentado unir vida, utopía y literatura, vivir de la manera más coherente posible es un caso único en México y en el mundo. Ya camina hacia los 70 años, pero se mantiene indomable. En su libro Filosofía para desencantados (Ediciones Atalanta) hice algunas apreciaciones de su intención intelectual y vital. Lo traigo a cuento nuevamente.

Edmund Husserl escribió en Meditaciones cartesianas: “Los filósofos se reúnen, pero por desgracia no las filosofías.” Su propuesta a la diversidad e inconsistencia de la actividad filosófica se conoce con el nombre de Fenomenología y la influencia de su método y de sus ideas permearon e influyeron en filósofos tan distintos entre sí como Martin Heidegger y Jean-Paul Sartre. Ninguna filosofía carece de fisuras y no existe pensador u hombre de ideas que no se encuentre a mitad del camino, en un continuo hacer el mundo, en un sinuoso camino que incluye la experiencia singular del caminante y las arenas movedizas de un lenguaje que continúa siendo mundo, metáfora y horizonte abierto, pese a las llamadas al orden y a los embates que ha recibido por parte del análisis lingüístico y del positivismo en general. Leonardo da Jandra sabe bien que los filósofos avanzan a contracorriente y que nadie puede abarcar con su pensamiento la complejidad de un mundo que no permite reducciones a la hora de ser recreado o representado. El ser humano es un creador de teorías, mas estas teorías oscurecen o iluminan sólo algún aspecto de lo que llamamos realidad. La suma de todas nuestras teorías nos entrega un fantasma de contornos ambiguos que aparece y desaparece según la intensidad de la mirada humana. Y no obstante ello, quienes escriben o publican sus reflexiones lo hacen porque creen en sus palabras y las exponen con el propósito de que sean consideradas bienes tangibles y no sólo voces inanes o intrascendentes.

Leonardo da Jandra es escritor y filósofo. En ambos casos, la experiencia de su vida se halla presente, y su imaginación y extensa cultura nutren de forma y contenido sus conceptos y sentencias. Su retiro durante más de un cuarto de siglo en la selva oaxaqueña en Cacaluta, en compañía de su mujer, la pintora Agar, fue la afirmación de una utopía: pescar, leer, pensar y sobrevivir. No abandonó sus lecturas ni la conversación aun cuando el gobierno de entonces demolió la casa que la pareja había construido con sus manos (bella forma de agradecer), pero aprendió a ser precavido ante la retórica académica cimentada en una tradición que abandona las vicisitudes del presente con el fin de situarse en un plano sin tiempo. La emoción intelectual nunca ha bastado para satisfacer su temperamento: sus palabras tienen cuerpo y su comportamiento bélico dibuja a un peleador que no da un paso atrás cuando ve amenazada su libertad. Él continuará dando guerra y no cederá a las tentaciones de la decepción contemporánea: “Lo último que nos queda cuando ya no creemos en nada es el falso consuelo de la razón desilusionada, de la fría y desolada intemperie del escepticismo.” La filosofía no es para él
un mero ejercicio dubitativo, ni un pasatiempo del lenguaje: es una manera de vivir y también un permanente estar en contra del pensamiento lógico como la única manera de obtener certezas y conocimiento verificable.

Da Jandra se enfrenta a los pesimistas y a los cínicos porque los conoce bien. Y también se distancia un tanto del relativismo pragmático, pues cree que es posible construir todavía una filosofía capaz de unir pensamientos opuestos en aras de un fin determinado. ¿Qué tipo de doctrina sería esa? Una filosofía que vía la literatura crítica y el fortalecimiento de principios éticos sea capaz de aumentar el conocimiento de uno mismo y el bienestar humano. El vitalismo o el concepto de vivencia como un medio adecuado para el conocimiento de la realidad ha sido tratado por varios filósofos, entre ellos Nietzsche, Dilthey, Bergson, Max Scheler y Hans-Georg Gadamer. Sin embargo, su devoción por el método y la severidad con que se impone a sí mismo una educación filosófica, Leonardo no abandona la idea de que el conocimiento es experiencia vital y de que una teoría es bella sólo mientras puede vivirse en todos los sentidos, y no nada más en el espacio de la pura intelectualidad.

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