México necesita ciencia, ciencia y más ciencia. La salida de la pandemia pasa necesariamente por el conocimiento científico: por el desarrollo de medicinas y vacunas, la estimación del impacto social y económico de la crisis, así como el diseño de políticas que resuelvan los problemas públicos más urgentes. Sin ciencia, estamos condenados a perpetuar la emergencia.

Sucede, sin embargo, que los espacios para hacer ciencia atraviesan un momento sumamente complicado. La emergencia sanitaria ha mandado a investigadores y alumnos a casa, mientras que los recortes presupuestales han limitado seriamente el funcionamiento de universidades y centros de investigación. Naturaleza y decisiones humanas tiene a la ciencia en el peor de los mundos posibles: una enorme demanda con limitadas condiciones para satisfacerla.

Esa es la situación de todos los centros públicos de investigación del Conacyt –en realidad, de toda la administración pública federal–. Pero en días recientes el CIDE ha estado en el ojo del huracán. Quizá por su vocación de incidencia pública, quizá por la rapidez con la que comunicó la situación a toda su comunidad, se ha generado la equivocada impresión de que el CIDE es el principal o único afectado por el recorte del 75% al gasto operativo ordenado por el Presidente.

Al mismo tiempo, en redes sociales ha surgido un debate válido y necesario sobre la relevancia y contribuciones de los centros de investigación. ¿Por qué importan las instituciones como el CIDE? Ofrecemos aquí algunas respuestas, desde el inevitable afecto y orgullo que nos genera el ser parte de su comunidad, pero también desde la certeza que nos da la abundante evidencia sobre sus contribuciones a la vida pública del país.

El CIDE es una institución pública dedicada enseñar e investigar. Es una organización pequeña, pero su impacto es enorme. Como muchos egresados han expresado en estos días en redes sociales, el CIDE transforma vidas: da acceso a jóvenes con talento de todo el país a una formación comparable a la de las mejores instituciones de educación superior del mundo, con apoyos económicos para quienes no podrían pagar una vida universitaria.

Desde sus inicios, el CIDE ha tenido un compromiso claro con la docencia. Por más de 45 años, las profesoras y los profesores de la institución han acompañado de manera personalizada a cada estudiante. Así, en el CIDE se han acumulado cientos de historias de jóvenes comprometidos con el avance político, social y económico del país. En este camino, el CIDE ha generado procesos de movilidad social que pocos instrumentos en el país han logrado.

En un país desigual y con las escaleras de la movilidad social rotas, el CIDE es una prueba patente de que la educación pública puede ser de excelencia y, al serlo, puede servir como un vehículo para combatir la desigualdad. Sus egresadas y egresados multiplican esta promesa: a cargo de decisiones en los gobiernos, empresas, universidades u organizaciones de la sociedad civil, llevan el espíritu de pensamiento crítico y compromiso social que es el sello de la casa.

Sus licenciaturas están entre los primeros lugares a nivel nacional y todas sus maestrías y doctorado son reconocidos por Conacyt como posgrados de calidad. Y ahora, más que nunca, el CIDE lo tiene en claro: su prioridad inmediata será la docencia; su apuesta sigue en los jóvenes y los beneficios que la inversión en su educación conlleva. Con un nuevo modelo de enseñanza remota –ineludible en tanto no haya condiciones sanitarias para regresar a las aulas– y procesos de capacitación a su planta docente, estamos listos para recibir a estudiantes que buscan acceder a una educación pública de excelencia en ciencias sociales.

La formación de estudiantes de primer nivel sería impensable sin una planta docente no solo comprometida con labor de enseñanza, sino también en la vanguardia de la investigación científica. El CIDE es un referente en las ciencias sociales latinoamericanas y sus investigadoras e investigadores publican sus hallazgos en las mejores revistas y editoriales científicas del mundo. Por iniciativa propia o en conjunto con otras instituciones, el CIDE ha empujado nuevas agendas en la investigación en ciencias sociales en el país, ha renovado métodos y contenidos de enseñanza –por ejemplo en derecho o en historia internacional– y, vía cursos y diplomados, ha capacitado a miles de funcionarios, periodistas, legisladores, activistas, jueces, políticos, diplomáticos, policías y maestros.

Este esfuerzo ha combinado una relevancia global –producto de la colaboración con las mejores universidades del mundo– con una pertinencia nacional: se busca entender y contribuir a solucionar los problemas del país, desde la corrupción y la violencia hasta la discriminación y la falta de acceso a la justicia. Y, por supuesto, el CIDE no es una isla en la geografía nacional. Con otros centros públicos de investigación del Conacyt , forma un ecosistema de investigación potente, que es uno de los principales pilares de la ciencia en México.

Ante la situación actual, al igual que científicos en todo el mundo, los académicos en el CIDE han tenido una adaptación pronta: participan en redes internacionales vía remota , colaboran con investigadores de otras universidades y se involucran en el debate público mediante su participación en medios y su diálogo con tomadores de decisión. Incluso han generado proyectos de investigación en torno a la pandemia, desde modelos sobre la evolución de la pandemia, mapeos de su incidencia en el territorio, pronósticos de los costos, propuestas de intervenciones de política económica, análisis de las respuestas económicas o de política social en los estados o las dinámicas de las violencias en este nuevo entorno (todas públicas, disponibles aquí: https://www.cide.edu/coronavirus/ .

Lo podemos decir sin rubor: el CIDE es una historia de éxito colectivo . Una apuesta del Estado mexicano que por más de cuatro décadas ha cumplido con su misión. Una institución pública que, fiel a su vocación, ha contribuido a formar ciudadanos, a informar el debate público y aportar elementos a la toma de decisiones de gobiernos –federal y locales– de todos los colores partidistas, de todos poderes del Estado y de instituciones autónomas y organismos internacionales.

Pero el futuro del CIDE –como el resto de todas las instituciones de investigación y docencia– es incierto. Como todo el mundo, tendrá que adaptarse a una “nueva normalidad” tras la crisis de la pandemia. La situación demanda definiciones claras, pues sabemos que esto tendrá enormes implicaciones para el futuro de los jóvenes en sus aulas y en la capacidad de seguir explicando nuestra realidad.

Hay, además, una segunda fuente de incertidumbre: como toda la administración pública federal, de la cual forma parte en tanto centro público de investigación, el CIDE está enfrentando nuevas restricciones administrativas y recortes presupuestales . Estos recortes, en particular los recientes que congelan los fondos para becas de manutención de los estudiantes de licenciatura y la reserva a los capítulos que financian el gasto corriente, ponen en serios aprietos el funcionamiento de la institución. No estamos hablando de viajes, vehículos o celulares. Se trata de insumos básicos para la labor de investigación: libros nuevos en la biblioteca, acceso a bases de datos, servicios de edición para las publicaciones y una larga lista de etcéteras.

¿Cómo multiplicar el poderoso mecanismo de movilidad social que el CIDE ha ofrecido a cientos de jóvenes mexicanos sin la posibilidad de garantizarles una beca? ¿Cómo colaborar con redes internacionales de investigación sin poder dar mantenimiento a la infraestructura informática? ¿Cómo desarrollar investigación de vanguardia sin la posibilidad de comprar libros y actualizar nuestros conocimientos?

En este paquete de incertidumbres se suman los intentos por desaparecer los fideicomisos de ciencia y tecnología de todos los centros Conacyt. Aquí conviene ser enfáticos: estos fideicomisos tienen reglas claras, su gasto es autorizado por comités técnicos, están sujetos a auditorías regulares y a las normas de transparencia, además de que no reciben dinero del presupuesto federal. Contar con ellos no es algo optativo, sino un mandato legal. La Ley de Ciencia y Tecnología los contempla como un vehículo de administración de proyectos con recursos externos y son, además, una herramienta indispensable para financiar la investigación, estimular la calidad y la productividad, cumplir obligaciones contractuales, apoyar la docencia y realizar proyectos de vinculación con gobiernos, empresas y organismos internacionales.

Hace unas semanas, los fideicomisos de los centros Conacyt se vieron amenazados por un decreto presidencial y ahora enfrentan una posible reforma legal para desaparecerlos. Se trata de una propuesta que busca resolver un problema inexistente, que comprometería el funcionamiento de todos los centros, que agravaría la ya de por sí complicada situación de la ciencia y la tecnología en México. Aprobar esta propuesta sería un grave error.

No olvidemos que toda institución académica lidia mal con la incertidumbre: la planeación de los programas docentes no puede tener cambios abruptos semestre con semestre ; los proyectos de investigación tienen ciclos de varios años, si no es que lustros; las colecciones de las bibliotecas y la edición de libros se construyen de manera cuidadosa, planeada, con visión de largo plazo. Los meses recientes han trastocado todo esto.

En el CIDE, la pandemia ha acelerado –como en todo el mundo– la toma de decisiones para ajustarnos a un presente desafiante y un futuro incierto. Las amenazas de recortes y restricciones han complicado la capacidad de respuesta y han generado ansiedad adicional entre trabajadores y estudiantes.

Pero hay, en todo esto, una certeza: el CIDE sigue. Como institución pública, como comunidad académica , como centro de generación y transmisión conocimiento y como un conjunto de personas comprometidas con la ciencia, el CIDE –como los demás centros públicos de investigación– continuará sus aportaciones al país. Inspirados por las historias de éxito y comprometidos con su vocación docente, las profesoras y los profesores del CIDE esperan el próximo agosto a jóvenes talentosos que han decidido formar parte de esta apuesta.

Y el CIDE seguirá haciendo análisis crítico de la realidad, sin dejarse caricaturizar por quienes buscan definirlo en un tuit o descalificarlo por las opiniones de sus profesores o estudiantes –de quienes, sobra decirlo, estamos profundamente orgullosos–. Sabemos que hay mucho por mejorar, pero aspiramos a ser un ejemplo de lo que México puede lograr: una comunidad con debate crítico pero informado, con compromiso social, aprecio por el conocimiento y sentido de responsabilidad. Eso es el CIDE.

Profesores investigadores del CIDE

Google News

TEMAS RELACIONADOS