Definitivamente estamos de acuerdo en que debemos hacer algo para evitar el cambio climático y la degradación del medio ambiente en mares, ríos y la propia tierra, pero ¿Estamos conscientes de sus consecuencias? O, ¡Sólo de aquellas que queremos ver!

Porqué hacemos las cosas en la vida diaria, ya sea en casa, en la escuela, la fábrica, la oficina o en las granjas y mares ¿Cómo llegamos a esta situación? ¿Fue acaso obra de la casualidad, la ignorancia o la malevolencia de las personas?

Las cosas que hacemos son el resultado de años (siglos) de evolución de nuestra forma de vida, los productos que consumimos, los servicios que utilizamos, el celular que tan diligentemente mantenemos en nuestras manos, son cosas y acciones que traen consigo una serie de repercusiones, que los economistas han dado en llamar “externalidades”.

Que, a diferencia de las “internalidades”, son resultados o consecuencias que normalmente no contabilizamos en los costos de un producto o servicio. En pocas palabras, las damos como descontadas y/o sin consecuencia.

Sin embargo, sí que se acumulan a través del tiempo, y para el tema de la degradación del medio ambiente y el cambio climático, cuentan y ¡cuentan mucho!

Entonces, ¿Ser amigables con el medio ambiente al cambiar de un auto de combustión interna por uno eléctrico tendrá sus externalidades que no estamos contabilizando? La respuesta es un rotundo SÍ.

Primero, tendríamos que analizar cómo se generó la electricidad que consumirá el auto eléctrico en cuestión, pues si la central eléctrica quema combustóleo para generar energía, no solo estamos trasladando la generación de contaminantes del automóvil a la planta de energía, y el saldo de contaminantes sería igual, sino que tal vez sería peor, pues existe una pérdida de potencia en la transmisión del fluido eléctrico desde el punto de generación hasta el punto de carga.

Aún en el caso de que la generación de electricidad sea a base del aire o de sol, seguiría habiendo externalidades, pues en la fabricación de los paneles solares y las turbinas eólicas se generan contaminación en el planeta. En otras palabras, no hay lonche gratis.

Sin embargo, si es cierto que algunas tecnologías son menos agresivas al medio ambiente, pero de una u otra manera lo afectan. De nuevo, hay que evaluar las externalidades de cada tecnología, y contabilizarlas en sus costos y precios.

Y es precisamente en este punto, el de la contabilización, en donde empiezan los desacuerdos. Pues nadie quiere pagarlos, o pagar productos más caros que si los produjéramos con las tecnologías contaminantes.

Tomemos el caso de los agricultores de Holanda, a los que les quieren prohibir utilizar nitrógeno (urea) como fertilizante, por ser parte de la lixiviación que viene a contaminar mantos acuíferos, o también de forma directa en la tierra siendo responsable de la pérdida de la biodiversidad.

Sin embargo, sin estos fertilizantes, los agricultores y ganaderos no pudieran llegar a los niveles de productividad requeridos por el mercado, quien a su vez exige precios más económicos en los productos del campo. Y así como este caso, existen muchos circuitos de productores/consumidores que basan su productividad, y precios, en métodos contaminantes y/o perniciosos al medio ambiente.

Pero esto no fue algo deliberado o instantáneo, fue un proceso largo y tolerado, en donde las externalidades no contabilizadas, nos dieron la falsa sensación de que los estamos haciendo bien y sin perjudicar a nadie. Digo, el uso de la urea como fertilizante data desde 1908.

Nos podemos voltear, y hacer como que la virgen nos habla, pero la realidad es que las externalidades que generamos como humanidad nos están cobrando el descuido de una forma muy cara, pero segura. Si ahora nos queremos portar “verdes”, “orgánicos” y amigables con el medio ambiente, pues más vale que estemos dispuestos a abrir nuestra cartera, pues de seguro nos va a costar.

En 1921, el ingeniero Thomas Midgley Jr. fue contratado por Cadillac para reducir el efecto de explosiones indeseadas en sus motores por el combustible de bajo octanaje, y así desarrolló el aditivo denominado “tetraetilo de plomo”, el cual era barato en comparación al etanol que tenía el mismo efecto, y “voilá”, la industria del automóvil y la gasolina creció a tasas aceleradas contaminando el ambiente con plomo.

Pero ¿Alguien pagó por esta externalidad? pues no directamente, pero si los millones de personas que resultaron con envenenamiento por plomo, entre ellos el mismo Midgley.

Algo parecido sucedió en la industria de los refrigerantes, pues los gases que se usaban en 1930 en la producción de refrigeradores eran el metanoato de metilo y el dióxido de azufre, uno altamente tóxico y el otro inflamable, con lo cual, se dieron a la tardea de desarrollar un nuevo agente sustituto y dieron con el diclorodifluorometano, o “freón”, el cual no era inflamable ni tóxico, pero tenía una externalidad que nadie la notó hasta que fue ya muy tarde.

Pues cuando el freón escapa a la estratósfera, reacciona con la luz ultravioleta del sol y divide las moléculas de ozono, creando así el gran agujero de ozono que tenemos. Pero alguno de los que compramos refrigeradores o aires acondicionados con freón pagamos por ese daño, la respuesta es no, pero la humanidad sí que lo está pagando.

Y como estos ejemplos hay muchísimos, y la realidad es que necesitamos empezar a ser conscientes de nuestro impacto en el medio ambiente, y no existe otro mecanismo mejor que el reconocimiento de las externalidades, y su reflejo en los precios de los bienes y servicios que demandamos.

Al incorporar dichas externalidades en el costo de producción de los bienes y servicios, los factores que modulan los precios en el mercado nos darán una mejor visión de su coste real (y de la verdadera necesidad que tenemos de ellos), y así podríamos llegar a impactar menos nuestro entorno. Claro, no nos va a gustar pagar $450 pesos por un rollo de papel sanitario, pero como ya dije, no hay lonche gratis ¿O sí?

**El autor es Consultor en Comercio Internacional e Inversión Extranjera, con más de 40 años de trayectoria en los sectores privado y público. gc@nais.mx gcanales33@hotmail.com gc@nais.mx

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