¿Es la bestia como la pintan? La respuesta a esta pregunta, como todo en las ciencias sociales, es siempre un sí y un no. Primero, tenemos que considerar que cualquier intercambio de bienes o servicios que se encuentra regulado por una entidad gubernamental o institucional, siempre tendrá un grado de perversión, o mercado paralelo.

A mayor control o regulación “inconveniente”, mayor el mercado paralelo y sus pingues ganancias. El mejor ejemplo de esto es el mercado negro de las drogas, legales e ilegales.

Esto normalmente se controla con una regulación inteligente, e instituciones fuertes. Estas instituciones requieren de un estado de derecho relativamente fuerte también, pues si no, la regulación sólo crea corrupción.

Y esto no es nuevo, la corrupción es tan antigua como la humanidad. Quizás lo nuevo es cómo algunos estados “avanzados” han podido mitigarla o controlarla.

El mercado laboral no es diferente a otros mercados, pues hay oferentes y demandantes de servicios laborales.

Pero como ciudadanos en democracia, hemos llegado al convencionalismo de que debemos regular o erradicar las malas prácticas de patrones que solían (o suelen) aprovechar su poder de negociación ante un trabajador, y abusaban de ellos en cuanto al trato en su trabajo o remuneraciones.

También hemos acordado el castigo de prácticas de elusión del trabajo por parte de algunos trabajadores.

¿Este convencionalismo, traducido en leyes, ha sido malo? La verdad, hay cierta evidencia de que si, pues impone a la relación “trabajador-empleador” rigideces que merman su marco de actuación y por ende elevan el costo de dicha mano de obra. Pero estas leyes no son del todo malas, son a lo mucho un costo adicional, que como sociedad aceptamos, con tal de que los trabajadores tengan una mejor remuneración y trato en su trabajo.

La práctica del “outsourcing” o tercerización del trabajo, nos viene de los Estados Unidos de América (EUA), pues allá las regulaciones laborales son menos rígidas que en México. Por lo tanto, el outsourcing en EUA no supone una “mala” práctica, pues está bien regulada.

Pero en México, ha sido utilizada para evadir ciertos compromisos patronales, como la antigüedad, contratos indefinidos, prestaciones que se ganan con el tiempo de laboro, etc. Y esto es lo que ha generado una mala percepción de dicha práctica.

Tuvimos una reforma al Artículo 15-A de la Ley Federal del Trabajo en el 2012, donde por primera vez se reconocía el “outsourcing” en México. Sin embargo, dicha regulación solo sirvió para legitimar la práctica, y no para prevenir sus más perversas consecuencias.

Y es aquí donde el debate sobre el tema pone a templar los cimientos de nuestra concepción de las relaciones obrero-patronales. En un mundo aspiracional, las relaciones entre patrones y trabajadores deberían ser, no solo cordiales, sino justas.

Por una parte, el valor del trabajo debe reconocer las habilidades del trabajador, pero también su empeño, esfuerzo, dedicación y mejora continua. Por la otra, las ganancias de una empresa no solo vienen de la toma de riesgo, o el dinero invertido, sino de la habilidad del empresario para convocar a sus empleados a perseguir un fin que lleve a la empresa a las ganancias.

Bajo esta concepción, las ganancias deberían ser un tema compartido, ¿sí o no? Pues el debate sigue sin respuesta.

La Constitución de 1917 ya contenía el Artículo 123, sobre las relaciones obrero-patronales, pero no fue sino hasta 1931 que se publicó la primera legislación en la materia. Misma que sufrió varios cambios hasta que en 1970 tuvo los más significativos.

Esto es, tenemos una legislación laboral creada para un mundo donde no existía, la computación, ni la internet, y mucho menos a los millennials. Y queremos que funcione para una realidad en donde el estado de derecho es por decir lo menos, inoperante.

No me quiero meter a un debate filosófico-existencialista sobre el hombre y la sociedad, pues creo que no es el momento ni el lugar, pero si creo que debemos ser prácticos para seguir mejorando las condiciones de vida de los trabajadores, sin perder competitividad a nivel mundial.

Nuestra realidad es que existen más o menos 30 millones de personas sin empleo formal en este país, y tenemos que promover la creación de las fuentes de empleo que requieren. Esto significa que tenemos un fuerte desbalance entre la oferta y demanda de trabajo.

Tenemos que aumentar considerablemente la demanda de trabajo, si queremos llegar a tener margen de maniobra en las relaciones obrero-patronales. Siempre será muy difícil para un trabajador negociar mejores salarios y prestaciones, cuando afuera hay 30 personas esperando para tomar su lugar.

¿El “outsourcing” puede servir para llenar esa brecha? La verdad no, y ni la estoy promoviendo, pero de alguna manera ayuda. Su prohibición sólo generará más tensión y desbalance a las relaciones obrero-patronales en México.

Esto se traducirá en una fuerza negativa en el mercado laboral, que como ya mencionamos, solo tiene una salida, el mercado negro. Y este mercado negro existirá, pues el estado de derecho en lo laboral, como en muchos otros frentes en México, es muy débil. Por lo tanto, yo como trabajador les diría a los diputados que promueven su desaparición en la legislación laboral, ¡“No me ayuden compadres”!

Definitivamente, fortalecer el Estado de Derecho es el camino por seguir. Pues cualquier avenida que queramos seguir, siempre deberá estar en el cuadrante del marco normativo y su estricta, e ineludible, observancia.

De nuevo, en México requerimos por lo menos 30 millones de empleos formales, ¿qué debemos hacer para generarlos? Aquí quiero citar a mi madre, quién con la elocuencia de su pueblo natal del norte de México me decía, con un buen trabajo y la panza llena se puede filosofar mejor, y también sé puede ver la lluvia sin mojarnos.

Consultor en Comercio Internacional e Inversión Extranjera 
gc@nais.mx
gcanales33@hotmail.com 

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