Fue un ataque directo al Estado laico, los nuevos ministros y ministras arrodillados en una ceremonia religiosa en el Zócalo de la Ciudad de México, con sacerdotes, alusiones a divinidades, invocaciones a dioses. Humo. Fuego. Ofrendas. Muchos obradoristas hubieran puesto el grito en cielo (azteca), si la nueva presidenta de la Cámara de Diputados, Kenia López Rabadán, se hincara en la misma Plaza de la Constitución (la liberal de 1812), frente a Carlos Aguiar Retes, arzobispo de México y en un “Te Deum”, le diera la bendición y la aventara agua bendita.

Los nuevos jueces constitucionales deben saber que en México existe libertad religiosa, sí, pero también separación de los asuntos del Estado con los de las iglesias, y que los actos de culto público se celebrarán ordinariamente en los templos, como lo ordena la Constitución (al parecer, todavía vigente).

Pero don Hugo Aguilar escogió, en el año bautizado por la presidenta Sheinbaum como “el de la mujer indígena”, el peor ejemplo místico para encomendar su labor de juzgador: invocó a Quetzálcoatl, la serpiente emplumada, el dios que, borracho, mandó traer a su hermana mayor, Quetzalpétlatl, para embriagarse y cometer el delito de incesto. (Códice Chimalpopoca. Anales de Cuauhtitlán). Para esas farsas religiosas y engaños divinos, aderezados con agresiones sexuales, hubiera llamado al espíritu de criminal Marcial Maciel. ¿Qué necesidad? Además, ¡teniendo a la Tonantzin Coatlicue!, diosa de la fertilidad y mito de ciclo vital.

Los simpatizantes de la 4T deben tener claro que el hábito no hace al monje, sotana no es igual a santo, como el sombrero y el bastón de mando, no hacen al indígena y no otorgan autoridad; quizá dan poder, pero no significan mando ni obediencia libre. Con poder se puede imponer una decisión, pero eso lo hace cualquier matón con una pistola. El bastón de mando no es varita mágica de mago para hacer aparecer conejos de la chistera, e impartir justicia con independencia y razón.

Marcial Maciel, vergüenza de Michoacán, fue un disfraz de sacerdote, simuló una santidad, engañó y cientos lo solaparon; con esa misma vara ética puede medirse a quien habla de “austeridad republicana”, y al mismo tiempo tiene endeudada a la República mexicana en 18 billones de pesos, es decir 50% del PIB y contando. Lo que en palabras sencillas significa que la mitad de todo el esfuerzo que produce el país, lo debemos. Y el ministro presidente repite la liturgia obradorista de la austeridad, como Maciel cuando recaudaba fondos para la obra evangélica y los invertía en armas mientras sermoneaba paz.

El gobierno oculta maliciosamente la cuenta que se acumula de programas sociales y empresas subsidiadas, como el tren Maya. Seguiremos pagando criminalmente intereses sin apoyos a la producción. Ofician misa como Maciel, pero se endrogan; hablan de ayudar al prójimo, pero lo agreden; santiguan los cuerpos, pero se drogan; bendicen niños, pero abusan de menores. El humo de las misas de Maciel es el mismo que salió del Zócalo con los nuevos enjuiciadores, fumata de fingimiento perdida en el aire. La deuda pública crece con peroratas de bienestar para aceitar una maquinaria, donde el ganador es el maquinista, y como botón de muestra la austeridad del senador Fernández Noroña.

Maciel cayó de los altares porque hubo testimonios verticales y valientes periodistas. La verdad los hará libres. Y la verdad en historia no la dictan los poderosos, la van escribiendo los hechos. En septiembre recordaremos a varios fusilados sin poder, pero con autoridad: Hidalgo, Morelos, Matamoros, Iturbide, Allende, Aldama.

A Maciel también lo cubrieron las élites, los poderosos, algunos medios, otros jerarcas católicos, varios políticos encumbrados, y sin embargo, el problema de Maciel, y de hacer cultos religiosos en el Zócalo de la CDMX, donde participan jueces, es identificar con claridad qué es delito y qué es pecado.

Diputado federal

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