En mayo de 1992, cuando asumí la Dirección del Instituto Nacional de Bellas Artes, entre las múltiples atribuciones que tenía el Director General estaba la de administrar una partida destinada a otorgar apoyos a creadores y sus proyectos.

Formalmente, dicho recurso debía distribuirse proporcionalmente entre las áreas artísticas: música, danza, artes visuales, teatro y literatura en acuerdo con los Consejos respectivos que cada una de ellas se suponía que debería tener. Sin embargo, estos Consejos o bien no existían o bien se reunían ocasionalmente, de tal suerte que al final los recursos de dicha partida eran ejercidos por la propia Dirección en reuniones con los subdirectores y responsables de las áreas artísticas del Instituto, pero a fin de cuentas era un ejercicio discrecional que ciertamente dependía, cuando no de una sí de muy pocas personas, todas ellas funcionarios del propio Instituto.

Con mayor frecuencia de la que uno se hubiera imaginado, solicitaban audiencia con el Director distintos artistas, jóvenes nuevos y desconocidos, o consagrados y reconocidos que sometían a la consideración del Director General la posibilidad de obtener apoyos. En lo personal, procuraba asesorarme lo más ampliamente posible pero al final la decisión era mía, pues no existía reglamentación alguna al respecto.

Así fue durante algunos meses de ese primer año. Afortunadamente y aunque el Fondo Nacional para la Cultura y las Artes (Fonca) ya existía, ese mismo año la Presidencia del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (Conaculta), que encabezaba Rafael Tovar, decidió concentrar todas las partidas destinadas a apoyos artísticos de las distintas Instituciones que componían el Conaculta en el Fonca.

Es verdad que satisface mucho y alimenta la vanidad personal ser repartidor de prebendas; es un mecenazgo institucional pero ligado inevitablemente a quien lo reparte (caravana ajena con recursos públicos); sin embargo había que celebrar una decisión que sabía era la correcta y descargaba la responsabilidad en un organismo que de manera impersonal habría de encargarse de ahí en adelante en entregar los recursos que, aunque insuficientes, eran y son muy significativos para apoyar la creación y la labor de creadores, intérpretes y promotores de las artes en nuestro país.

Ante las nubes que amenazan la existencia de este organismo y de algunos otros igualmente importantes, me pregunto si lo que se quiere es regresar a ese esquema: paternalista, patrimonialista y, por supuesto, antidemocrático. Al hacer tabla rasa a nombre de la lucha contra la corrupción y de la austeridad de todo lo que fue creado en el pasado, se corre el peligro de, como dice el dicho mexicano, “tirar el agua sucia con todo y el niño adentro”.

Durante sus ya más de 30 años de existencia no se puede negar que el Fonca significó un avance muy notable en lo que se refiere a la organización de las Instituciones culturales mexicanas. Para mí la renovación más importante desde la creación del INBA en 1946 y del Conaculta en 1988.

Moldeadas todas las instituciones culturales del Estado Mexicano bajo el esquema que crearon José Vasconcelos y sus sucesores, principalmente Jaime Torres Bodet, no se puede negar el papel ejemplar que estas Instituciones han tenido a lo largo de la historia de México del siglo XX y de lo que va de esta centuria.

El Fonca, concebido ciertamente por un grupo de creadores intelectuales encabezado por Octavio Paz desde algunos años antes de que asumiera el poder el gobierno de Carlos Salinas de Gortari y creado a su inicio, constituyó una respuesta a una demanda de la comunidad a quien iba dirigida y que sabía por experiencia las debilidades e injusticias del sistema anterior.

Por supuesto que el Fonca no ha sido ni es perfecto, pero no cabe duda que con el tiempo ha ido autocorrigiéndose ante los señalamientos críticos de la propia comunidad. Es cierto también que al principio los propios creadores y artistas, no exentos de intereses, parcializaron algunas decisiones. Es cierto también que tiene algunas debilidades en su estructura, pero todo ello es perfectible, todo ello se puede corregir, atendiendo a sus críticos, escuchando las razones de quienes han estado al frente de él y que han dado importantes batallas por mejorarlo.

No creo exagerar y afirmo que sería una verdadera tragedia y una vuelta atrás en la historia de las instituciones de cultura del Estado mexicano la desaparición del Fonca y otros organismos similares.

Regresar al esquema anterior seguramente satisface a quienes siguen pensando en esquemas centralistas y verticales para administrar recursos públicos bajo la justificación del combate a la corrupción, pero ciertamente no tienen nada que ver con el interés en las artes y la cultura, y esto sólo satisface a quienes piensan que los recursos destinados a ello son un desperdicio.

Quizás por ello la justificación de su desaparición en un momento como el que estamos viviendo es que es en beneficio de la salud de los mexicanos, olvidando el papel esencial que el arte juega en el bienestar de los seres humanos. Sobre todo en momentos de crisis como éste.

Exdirector del Instituto Nacional de Bellas Artes y profesor en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM

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