No cabe duda que la mezquindad sigue siendo una de las características más notables de la política en todas partes. El México de hoy no es la excepción.

El pasado abril se cumplieron 100 años del nacimiento de don Jesús Reyes Heroles, intelectual/político que nos dejó una gran obra académica, ejemplificada de manera contundente en los tres rigurosos tomos sobre “El Liberalismo Mexicano”, que publicara por primera vez el Fondo de Cultura Económica en 1957.

Pero las tareas vitales de don Jesús no se agotaron en la biblioteca y la reflexión, era un hombre inquieto que no pudo resistir el llamado de la acción, de ser un actor activo, de contar “aquí y ahora y no sólo para la historia” (*), de ahí su otra gran vocación: la Política, así con mayúscula, convirtiéndose en una figura determinante en la historia moderna de México.

A diferencia de Max Weber, que consideraba hasta cierto punto vocaciones contradictorias las del político y el intelectual, Reyes Heroles demostró con su biografía que no siempre eso es así y que, por el contrario, pueden y quizás debieran ser complementarias, pues ambos quehaceres se enriquecen mutuamente.

Partiendo de ello, no debería de quedarle la menor duda a toda la ciudadanía mexicana interesada en la vida política y social de nuestro país, que sin la presencia de Reyes Heroles en la vida política en los años 70 nuestra historia habría sido otra, y el arribo a la democracia, que hoy con todo y sus debilidades vivimos, hubiese tardado mucho más tiempo y quizás hubiera tenido un costo en violencia mucho mayor.

Como maestro y Universitario que era, también así con mayúscula, supo entender y comprender el reclamo profundo que había detrás del movimiento estudiantil mexicano de 1968, y fue gracias en buena parte a él que se abrió un pequeño resquicio en el autoritarismo del gobierno para iniciar un esbozo de diálogo entre los jóvenes y los representantes del poder.

Pero seguramente es ahí en donde sus dos vocaciones se encontraron afortunadamente para nosotros, pues su conocimiento de la historia le permitió leer lo que revelaban y hacia lo que apuntaban esos movimientos no sólo en México sino en el mundo: el rechazo a todas las formas de autoritarismo en cualquiera de sus expresiones.

En el caso de México supo comprender que el sistema político hegemónico que hasta entonces había prevalecido estaba a punto de agotarse y que era necesario un cambio; es así que se dio a la tarea, con el apoyo del presidente José López Portillo, de pensar y ejecutar una reforma política con la “Ley Federal de organizaciones políticas y procedimientos electorales”, que le abriría espacio a todas las fuerzas políticas a las que hasta entonces se les habían negado sus derechos, abriendo así la ruta que nos habría de llevar a la democracia de la que hoy, a pesar de sus limitaciones, gozamos, sobre todo reconociendo a aquellos que provenían de fuerzas por mucho tiempo marginadas, que son desde entonces y cada vez más actores importantísimos de la vida política.

También hay que mencionar su paso por la Secretaría de Educación Pública, en donde inició una “Revolución Educativa”, dando los primeros pasos para el proceso de descentralización educativa, así como la profesionalización del magisterio al exigir el bachillerato como requisito para ingresar a las escuelas normales, y buscando fortalecer los vínculos entre educación y cultura a través, entre otras acciones, de promoción de la lectura, que ocupó un lugar primordial.

Es por ello que sorprende que el centenario al que hacíamos referencia al principio haya pasado prácticamente en la oscuridad. Sólo hubo dos magníficas conferencias del connotado historiador Javier Garciadiego, la primera con motivo de su ingreso al Seminario de Cultura Mexicana y la segunda en la Casa de Cultura Jesús Reyes Heroles de Coyoacán, con motivo de su centenario, ambas llevadas a cabo en las últimas semanas del año, y algunos artículos periodísticos que aparecieron en la prensa en abril lo recordaron.

(*) André Gorz, Historia y Enajenación

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