-¿Qué es una carreta? —le preguntó el sabio a un rey—¿Acaso es los ejes, las ruedas o la estructura? ¿La carreta es la suma de sus partes? —¡Claro! —respondió con cautela el rey sabiéndose observado— La carreta existe gracias al ensamblaje de las ruedas, el eje y la estructura; es el conjunto…y no existe una entidad “carreta” más allá de esta relación.

El sabio quedó muy satisfecho pues logró demostrar al rey que su propio nombre: “Nagasena”, no describía más que una colección de relaciones y sucesos, al igual que pasaba con la carreta. Es decir, el compuesto de su cuerpo, sus amores, experiencias, sufrimientos, su piel, sus sueños, uñas, temores y recuerdos eran lo que en conjunto lo conformaban.

Este relato pertenece a un escrito budista del siglo I que busca demostrar la relación que tenemos con la naturaleza del tiempo. Es decir, el tiempo —nuestro tiempo— lo experimentamos por medio de lo que vivimos. Somos lo que vivimos, lo que aprendimos, lo que leemos, lo que viajamos; las caricias que recibimos, los momentos de desesperanza, o bien, el encierro que pasamos. Todas ellas son vivencias que quedarán grabadas en nuestra memoria. Sin todo lo anterior, ¿qué somos, acaso existimos siquiera? Esto nos plantea Carlo Rovelli en su libro The Order of Time, en el que analiza desde varios puntos de vista los misterios del tiempo. En él nos narra que San Angustín, en el libro XI de las Confesiones, analiza nuestra capacidad de percibir el tiempo. Él observa que siempre estamos en el presente, porque el pasado ya pasó, por lo tanto no existe, y el futuro está por venir, por lo que tampoco existe. Se pregunta entonces cómo podemos tener consciencia de la duración o, aun más, capacidad de evaluar el tiempo si siempre estamos en el presente, que por definición es fugaz, aquí y ahora no hay pasado y no hay futuro, entonces, ¿dónde se encuentran estos?

San Agustín concluye: “Es dentro de la mente donde mido el tiempo”. Podemos entonces decir que el pasado y el presente se hallan en la narrativa que hacemos de nosotros mismos. Por lo que una de las conclusiones de Rovelli es “El mundo no está hecho de individuos, está hecho de sucesos que se combinan entre sí con los individuos”. ¿A qué voy con todo esto?

El tiempo está en mi mente. Si partimos de dicha premisa, ¿cómo queremos contar la historia una vez que pasemos esta experiencia? Somos directores de nuestra obra, n o actores secundarios que desempeñan un papel determinado. Por lo tanto, está en nuestras manos definir o cambiar el guión y crear el final que deseamos tener. ¿Cómo lo haremos?

Si cada uno, cada individuo, procura cada una de sus partes como salud en cuerpo, mente y alma para estar en armonía, contribuiremos a que los otros también lo hagan y estén bien. ¿Cuál es el enemigo a vencer? El temor. El temor es la expectativa del mal. Es el dragón que amarra a la razón y que, de manera paradójica, nos lleva a asirnos a aquello de lo que queremos liberarnos. El temor magnifica, distorsiona y engaña. A mayor temor, menor capacidad de eludir lo que tememos. Cuando tememos algo es porque "futureamos" algo que no ha pasado, ¿te das cuenta? Está bien informarnos mas no permitir que los eventos secuestren la mente. Si el tiempo es una colección de relaciónes y sucesos y está hecho de una sustancia que es hielo y fuego a la vez que nos obliga a actuar –como dice Rovelli–, que nuestra narrativa de esta experiencia sea de aprendizaje, fortaleza y gratitud por todo lo que sí hay y tenemos. #QuédateEnCasa.

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