Al abordar el avión, justo en la entrada, una pareja de mediana edad, adelante de mí, se detuvo para preguntar algo a la sobrecargo. Con un acento de origen español, el hombre con barba, dijo dirigiéndose a la azafata:

—Señorita, en el vuelo anterior, mi esposa y yo teníamos dos boletos en clase Premier, pero al hacer el cambio a este vuelo, sólo me dieron un lugar enfrente y el otro atrás, ¿tendrá dos aquí enfrente?

—Lo siento señor —le respondió la señorita—, el avión viene lleno tanto adelante como atrás.

Después de que el señor arguyera unas frases, volteó con su esposa:

—Ah, entonces, tú te vas atrás y yo me quedo aquí —la señora con cara de resignación, sin decir nada, se fue para atrás.

Sin deberla ni temerla, la escena me incomodó. “Qué falta de elegancia de este señor”, pensé mientras avancé a encontrar mi asiento. La sumisión de ella también me hizo ruido, pero ese es tema para otra ocasión.

Bien dicen que lo contrario del bien no es el mal, sino la apatía. Quizá para muchos, la apatía demostrada en este caso carezca de importancia, al considerar algo menor la ausencia de delicadeza, generosidad y sensibilidad del hombre. Sin embargo, de haberle cedido a su pareja el asiento más cómodo, él se hubiera sentido muy bien y a ella la hubiera cautivado un poquito más. Esos detalles, además de agradecerse, no se olvidan.

Cuánto me acordé de mi compañero de vida y de mis amigos que tienen la elegancia de anteponer el bienestar del otro al propio. No me refiero a la elegancia que se admira en el exterior, sino a la verdadera: la del alma. Las personas con esa grandeza de espíritu enamoran, ponen su atención tanto en lo grande como en lo pequeño, su cortesía no es para quedar bien o para impresionar, sino que obedece a una manera de conducirse.

En este mundo de prisas y pantallas, la apatía nos seduce a cada momento con promesas de autocomplacencia y comodidad; las cuales, si bien pueden hacer la vida práctica, nos desconectan de lo esencial y son grandes saboteadoras de las relaciones.

La palabra elegancia proviene de “elegir” y hace referencia a una elección interna: elegir con inteligencia cada paso que se da, adoptar una actitud hacia la vida. La elegancia de alma viene de una conexión con la esencia, con lo invisible que se expresa en lo visible y da como resultado la calidad humana. Una persona desconectada buscará sólo lo que le conviene, el ego manejará su vida. Cuando se vuelve hábito, la persona se define como egoísta. ¿Cuánto puede durar una relación con alguien así?

Lo que somos por dentro es lo que manifestamos por fuera y nunca se logra ocultar por completo. La delicadeza se agradece. Son las pequeñas cosas las que hacen grande a una persona; por ejemplo, dejar al otro la silla con la mejor vista en un restaurante, cuidar el sueño de la pareja, ser agradecido y no quejoso. La elegancia se trasluce en la generosidad, en el modo de llevar la conversación, en los temas que se tratan, los que se omiten y, por supuesto, en el vocabulario que se utiliza. La forma de hablar y conducirse de una persona siempre dirá más que las prendas o marcas que porte.

Podríamos concluir que la elegancia de alma radica en la manera en que una persona trata a las demás, en especial a su pareja, y en el respeto que les muestra; ya sea en el modo de resolver las situaciones conflictivas o sobrellevar las dificultades que se presentan, pero también en la forma de servir un café, ofrecer una sonrisa auténtica, tener una palabra amable y una visión optimista de la vida.

Qué privilegio de quienes tienen o tuvimos una pareja con la verdadera elegancia: la del alma.

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