Hay sólo dos formas de vivir tu vida. Una es como si nada fuera un milagro. La otra es como si todo fuera un milagro. Albert Einstein

El aire de la mañana era fresco y el sol salía con timidez. Rodeada de naturaleza, pedaleaba en mi bicicleta por el Bosque de Chapultepec, seguida por la felicidad de mi perra. En los audífonos sonaba mi música favorita. Volteé al cielo y sobre uno de los viejos cárcamos del lugar, una enorme parvada despegaba y remontaba el cielo. El tiempo se detuvo y dejé de respirar.

Ante ese tipo de experiencias nos sentimos rebasados. Las palabras nos fallan, no alcanzan para definir la sensación tan vasta, tan poderosa y atemporal que se apodera de nosotros por instantes. Es un sentir que emerge ante la presencia de algo profundo que trasciende nuestra comprensión del mundo. Quizá la palabra que se acerca a describirlo, aunque remota, es asombro.

A lo largo del transcurrir de los siglos el ser humano ha buscado experiencias que le proporcionen dicho asombro. Se trata de un deseo innato , tan necesario como respirar, comer o dormir, con la diferencia de que puede transformar nuestra vida. Es la razón por la que viajamos para observar eclipses, ballenas, la Capilla Sixtina, escalamos montañas, acudimos a conciertos, construimos rascacielos o nos maravillamos con el cambio de colores de los árboles en otoño.

En los últimos años, la ciencia se ha interesado en estudiar y medir el impacto que el asombro tiene en nuestro cuerpo , mente y relaciones. Al experimentarlo con más frecuencia estamos más sanos, menos estresados, más contentos y conectados con nuestro alrededor. Dichas experiencias no tienen que ser grandiosas para tocarnos de manera profunda. Incluso son tanto parte de lo cotidiano como de lo divino. Es cuestión de abrir la conciencia .

Cuando tengas la fortuna de encontrar el asombro, permanece ahí, observa y resiste la tentación de sacar el teléfono, porque se va.

Nuestra adicción a la tecnología, aislamiento de la naturaleza, la velocidad y el estrés diarios nos han distanciado de dichas experiencias. Algunos investigadores se atreven a definirnos como una “sociedad privada de asombro”.

El asombro es diferente al gozo, la felicidad o lo excitante. En su forma más pura es una emoción única. ¿Por qué al evolucionar desarrollamos este sentir? De acuerdo con el psicólogo Jonah Paquette, autor del libro Awstruck, hay tres factores posibles: conexión, generosidad y curiosidad. El asombro fortalece nuestros lazos sociales al sentir una reverencia por algo mayor, nos vuelve buenos y generosos con los demás al volcar nuestra atención hacia fuera más que hacia nuestros pensamientos incesantes, disminuye nuestro ego y fortalece un sentido de curiosidad hacia el mundo, al estar frente a cosas que nuestra mente no comprende buscamos nuevos horizontes que deseamos conocer.

De hecho, Paquette afirma que la historia de los humanos no hubiera sido posible sin el asombro. Es por eso que estar en la naturaleza es mucho más que una experiencia placentera ; se vuelve algo poderoso y sanador. Incluso en los casos más severos de estrés.

“El asombro es como un rayo luminoso que marca en la memoria los momentos en que las puertas de la percepción se limpian y observamos con claridad lo que en verdad es importante en la vida” —afirma el psicólogo David Elkins. Sin duda, las experiencias de asombro pueden crear dentro de nosotros nuevas revelaciones que pueden cambiar nuestra vida por completo en tan sólo unos segundos.

La próxima semana veremos cómo crear más momentos de asombro en nuestra vida…

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