¿Te ha tocado vivir alguna experiencia trascendente en la que la palabra gracias surja de lo más profundo de tu alma? Por ejemplo, cuando después del parto te dicen que tu bebé nació sano, cuando al regreso de un largo viaje el avión aterriza con bien en tu tierra, o cuando tu pareja te sonríe al salir de la sala de operaciones. En esos momentos, gracias es un rezo en sí misma. Al pronunciarla el corazón se expande, y el aire que exhalas sube y se envuelve con el universo.

Quizá por eso las religiones —judía, budista, musulmana y cristiana— nos invitan a ser agradecidos, no sólo como un acto de correspondencia, sino como una manera de crecer espiritualmente y agregaría de tener mejor salud.

En un gracias de corazón existe, sin duda, un gran poder. Pronunciar la palabra no toma más que unos segundos de tu tiempo, pero exige de ti dos cosas: consistencia y una mente abierta. Es decir, demanda tu atención en todo lo que vives y te rodea.

La etimología de la palabra gratitud ayuda a explicar su sentido. Gratitud viene del latín gratus, que significa placentero, agradecido; que a su vez tiene raíz en gratia, que quiere decir favor, cualidad placentera. En sánscrito, la palabra grnati significa cantar la gracia. Durante el siglo XIII a la pequeña oración que se decía antes de los alimentos se le llamaba gracia. Para llevarlo aún más lejos, en griego la palabra que describe la gracia es charis, raíz de la palabra charisma, una cualidad placentera que se tiene o no se tiene.

Podríamos concluir que la simple palabra gracias significa en sí todo lo siguiente: un regalo inmerecido (gracia), una cualidad placentera (gratitud) que hace que uno quiera expresar su afecto (carisma), o cantar su aprecio (grnati) aunque ese aprecio no se espere.

Cuando das gracias de corazón a alguna persona que te apoyó, te ayudó, te escuchó o hizo cualquier cosa por ti —aunque sea con una mirada, un apretón de manos, ella siente esa fuerza que se encuentra más allá de la palabra. Los corazones se comunican. Y el agradecido y al que se le agradece elevan su autoestima y reciben los beneficios.

Robert Emmons, profesor de psicología de la Universidad de California-Davis, ha dedicado gran parte de su carrera a investigar el papel que juega el agradecimiento en nuestra salud física y emocional. Como científico, busca comprobar lo que otros aceptan como fe y pregonan sobre el provecho de escribir a diario las bendiciones propias. Pero realmente, ¿qué tanto nos beneficia?

La respuesta es breve: más de lo que nunca imaginaste. Te sientes: más optimista, más enérgico y activo, más determinado, más alegre, más fuerte para enfrentar retos; además, te relacionas mejor, haces más ejercicio, estás más sano, duermes mejor, eres percibido como más generoso y afable por los demás.

El profesor Emmons advierte también lo siguiente: “Pienso que la gratitud es una cualidad muy demandante, muy rigurosa en la que tenemos que trabajar más. Es una disciplina, un ejercicio; para la mayoría de las personas no llega fácilmente”.

Te invito a descubrir por ti mismo, el gran poder que este sencillo acto tiene. Por las noches antes de dormir, enfoca tu mente y reflexiona unos segundos para recordar los incidentes, las situaciones, los instantes, los pequeños sucesos; cualquier cosa que te haya elevado el ánimo, cualquier persona que te haya hecho sentir bien, causado gusto, alegría, que haya provocado una sonrisa en tu cara y en tu corazón. Házlo un hábito. Agradece, agradece, agradece.

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