Había una vez dos monjes budistas en la antigua China: Fayan, un joven trotamundos, y Dizang, su maestro.

Un día, Dizang vió a Fayan vestido en su ropa de viaje y alistándose para emprender una travesía.

—¿A dónde vas? —Dizang le preguntó.

—A una peregrinación —respondió Fayan.

—¿Cuál es el propósito de tu peregrinación? —preguntó Dizang.

—No lo sé, —contestó Fayan.

—No saber es lo más íntimo –dijo Dizan.

Esto, que se trata de un Koan —en la tradición Zen, un problema en apariencia absurdo que el maestro plantea al alumno para comprobar sus progresos. El alumno debe intuir el fondo de la pregunta más allá de lo racional. El Koan lo encuentro en el libro “The Five Invitations” de Frank Ostaseski. En dicho Koan, nos habla de esta peregrinación, que bien podría ser una metáfora de nuestra vida. ¿A dónde vamos? ¿Cuál es el propósito de nuestra búsqueda? ¡No lo sé! Contestaríamos la mayoría, en especial en estos tiempos de desconcierto que vivimos.

Todos quienes hemos tenido hijos, sobrinos o nietos chiquitos, sabemos lo que es la etapa del “¿por qué?” todo lo cuesitonan: ¿Por qué los coches tienen orejas?”, ¿Por qué el cielo es azul?, ¿Por qué no podemos ver a Dios? Son algunas de las preguntas que nos dejan a los adultos perplejos y con la ceja levantada.

Lo cierto es que la respuesta a muchas de sus preguntas, como las que nos hacemos en este momento en que en el que un virus trastoca la estabilidad del mundo, sería la misma: “No lo sé”. Así de sencillo.

A diferencia de la respuesta libre e inocente de Fayan, quien partía con la interrogante como compañero, nuestra respuesta se teñiría por lo general, de angustia. ¡No sé!

No sabemos estar cómodos en el territorio de lo desconocido, de la incertidumbre. Estamos acostumbrados a tener el control —o así pensamos—, de nuestras vidas, de nuestro trabajo, de nuestras rutinas, de nuestros hijos y demás. El territorio de la incertidumbre nos mata.

La respuesta del maestro: “No saber es lo más íntimo”, nos desconcierta. Vista bajo el Zen, no lo conduce, no lo dirije, no le dice qué hacer, sino sólo le señala otra posibilidad de visión. En el Zen, la palabra íntimo es un sinónimo con el despertar, la realización o la iluminación. ¿Cómo aplicarlo a nuestras vidas?

Ostaseski escribe que prefiere usar la palabra intimidad como una invitación a acercarnos, a abrazar amorosamente la vida tal y como está en este momento, en lugar de querer que las cosas sean de otro modo. En la intimidad, estamos relajados y receptivos. No es algo fuera de la vida, está en medio de ella. “La intimidad nos ofrece conectarnos con el sonido de los pájaros, la brisa de primavera y con el otro, en esta vida, aquí y ahora”.

Detrás de lo “caótico” que podamos percibir el mundo o nuestras vidas, consideremos la posibilidad de que sea parte de la inteligencia superior con un fin. ¿Cuál? “No lo sé”. La sabiduría Zen respondería así, “La nieve cae y cada copo en el lugar apropiado”.

Ante esta crisis que vivimos, lo único que está en nuestras manos es mantener la serenidad y la intimidad. Nunca podremos comprender el por qué suceden las cosas; lo único que podemos hacer es alinearnos con la experiencia, aceptarla, crecer y aprender de ella.

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