Decía Nelson Mandela que “la educación es el arma más poderosa que puedes usar para cambiar al mundo”. ¿Será que México no considera la educación como un elemento indispensable para su propia transformación?

Los mexicanos necesitamos reconciliarnos. En México cargamos con nuestra historia a la que no logramos abrazar en todos sus capítulos; nuestras hermosas tradiciones nos hacen celebrar la muerte al tiempo que no valoramos las vidas que perdemos cada día; y nuestra cultura política nos empuja más hacia la confrontación que hacia un proyecto de unidad nacional. Los mexicanos solamente nos unimos cuando la tragedia se impone.

Reconozco que rechazo el actual modelo de la política de seguridad: no creo en la militarización y mucho menos en aquella que deja de perseguir a los criminales más violentos. Tampoco veo utilidad al “mando único” que tantos partidos impulsan mientras son gobierno, pero rechazan cuando son oposición. En lo que sí coincido es en la urgente necesidad de pacificar al país, de disminuir la violencia en todas sus expresiones, de reconciliar a México y rectificar la estrategia de seguridad. Esto último será imposible sin una verdadera reforma educativa.

Nos hemos acostumbrado a la narrativa de la mal llamada “guerra contra el narco”, que desde 2006 deja muertes en el país. Pero además de muerte y violencia, nos dejó una narrativa perversa: quien se muere es porque era de los malos. Y así parece que, desde entonces y al pasar de los sexenios, esas muertes no merecen una investigación ni sanciones, y los crímenes sólo aumentan por la grave impunidad.

16 años después, seguimos escuchando noticias sobre muertes cada vez más crueles, pero no todas causadas por el narco, algunas son producto de una perversa descomposición social que incrementa la violencia desde los hogares, escuelas y espacios que deben ser seguros especialmente para las mujeres.

En las últimas semanas se ha discutido el anuncio de la Secretaría de Educación Pública de cancelar las escuelas de tiempo completo; el último comunicado señala que se harán transferencias directas a las familias a través del programa “La escuela es nuestra” para compensar los alimentos que se brindaban. Es difícil entender en ese mismo comunicado que también se entregarán de manera directa los beneficios del horario ampliado, ¿cómo se transfiere ese beneficio? ¿cómo se le entrega a una madre la posibilidad de que la escuela continúe enseñando y cuidando a sus hijos?

La realidad es que la SEP olvida las razones por las que este programa es indispensable para millones de mujeres y niños. Por citar algunas:

1. El Censo de Población y Vivienda 2020 señala que en 1 de cada 3 viviendas las mujeres son jefas de la familia, esto es más de 11 millones de hogares.

2. El ingreso de las mujeres es inferior al de los hombres, y esta situación se acrecentó durante la pandemia. Le corresponde al gobierno facilitar las condiciones para que las mujeres podamos trabajar al mismo tiempo que los hijos se encuentran seguros. El gobierno no debe generar más obstáculos.

3. Este programa alimentaba a cerca de 1 millón de niños, niñas y adolescentes. 60% de ellos recibían ahí la primera comida del día.

Gracias a la decisión de la SEP, 3.2 millones de niños terminarán antes su horario escolar, perderán oportunidades de aprendizaje, se complicarán las opciones laborales para sus padres y madres, y podrían estar expuestos a la violencia y a ser reclutados por criminales. En sentido opuesto a ello: queremos a nuestros niños en la escuela, no en la calle. Ojalá la SEP escuche y rectifique esta desafortunada decisión.

Presidenta honoraria de la Unión Interparlamentaria

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