A más de una semana desde el día de la elección estadounidense, el presidente Donald Trump se ha empeñado en cuestionar la integridad del proceso electoral y poner en duda el trabajo en las urnas de funcionarios estatales -tanto demócratas, como republicanos, cabe destacar- al no reconocer el triunfo de su oponente, Joe Biden. Trump sigue enfrascado en judicializar la elección, a pesar de que las demandas que está llevando a las cortes no son de la magnitud necesaria para revertir el resultado a su favor. A esto hay que sumar que una encuesta publicada por The Economist y YouGov publicada esta semana, en la que se estima que el 86% de los votantes de Trump niegan que Biden haya ganado la elección legítimamente.

Esta coyuntura es sumamente inusual para una nación como la estadounidense, pero es una lección que ya ha sido aprendida -con sacrificios considerables- en varios países del mundo: la democracia es frágil. EU ya se encuentra ante una clara e inédita obstrucción a la voluntad democrática que manifestó la mayoría del electorado. Trump ya había perdido el voto popular hace 4 años; hoy pierde tanto el voto popular como el colegio electoral. Mientras finalizan los conteos de los votos, la ventaja de Biden en términos del voto popular asciende a más de 5 millones sobre Trump, y la mayoría en el Colegio Electoral —el órgano que en última instancia decide la elección— está decisivamente a su favor. Además, Biden es el presidente electo con el mayor número de votos en la historia de EU, pero la Casa Blanca insiste en permanecer ajena a esta realidad y desconocer esos resultados.

Por ahora, no hay indicios de la más mínima disposición a iniciar el proceso de transición, uno que hasta ahora se había caracterizado por la regularidad y el orden. Un claro ejemplo de ello: según asegura el equipo de Biden, la titular de la Administración de Servicios Generales tampoco ha reconocido formalmente los resultados electorales. Esto impide que se autoricen los fondos y los recursos necesarios para que el equipo de transición pueda iniciar con los preparativos para la administración entrante; una obstaculización institucional sin precedentes en Washington.

Es alarmante que nos encontremos ante la posibilidad de que EU se una a la tendencia de declive democrático global. Sus instituciones se habrían mostrado resilientes y su sistema democrático ha perdurado por más de dos siglos. Ahora las acciones de Trump ponen todo eso en serio entredicho. La tendencia global por sí misma ya era preocupante antes de Trump. V-Dem, un instituto especializado en medir el avance (o retroceso) de la democracia en el mundo ya ha advertido sobre una tercera ola de “autocratización” en su reporte más reciente, apenas publicado en este año.

En varios países, la democracia fue un triunfo materializado solo después de inconmensurables luchas y sacrificios por parte de miles de personas. No se trata únicamente de ejercer un voto. La democracia nos permite defender los derechos humanos de quienes más lo necesitan; exigir la rendición de cuentas por parte de quienes gobiernan; y asegurar una representación política adecuada que pueda canalizar las necesidades y exigencias de todas las comunidades. Una democracia efectiva necesita de la participación activa de demócratas con un férreo compromiso de defenderla y de aprovechar estas facultades para construir sociedades más incluyentes. De lo contrario, ahí está el pueblo estadounidense que se ha percatado de lo que puede ocurrir cuando lo anterior no se cumple.

Diputada federal y presidenta de la UIP

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