Esta semana, el mundo es testigo de duras imágenes en Afganistán: multitudes de personas en el aeropuerto de Kabul desesperadas por intentar huir del país a cualquier costo ante al implacable avance del Talibán. Las trágicas escenas caracterizarán el legado de dos décadas de intervención estadounidense en Afganistán, y de decisiones poco acertadas en ese sentido. La desaprobación llega hasta el electorado estadounidense: según encuestas de , el porcentaje de votantes que respaldan la decisión de Biden de retirarse de Afganistán pasó de 69% en abril a 49% tan solo hace unos días.

Es cierto que Biden tuvo que ajustarse a los compromisos negociados por Trump con el Talibán en el Acuerdo de Doha de febrero de 2020, pero la salida de las fuerzas militares fue llevada a cabo de una manera muy abrupta. Los talibanes redoblaron su ofensiva militar tras el inicio del retiro de las tropas. Debido al acuerdo, ya era inevitable que tomaran el control en gran parte del país sin fuerzas extranjeras de por medio, pero pocos -incluyendo la administración de Biden- imaginaban que Kabul cayera tan rápido y que el gobierno afgano colapsara en cuestión de días, dejando un vacío de poder con graves implicaciones para el pueblo afgano y para el liderazgo que pretende proyectar la administración de Biden con el resto del mundo.

Con la caída de la capital afgana, quedó claro que no se hizo un estudio cuidadoso de las consecuencias a largo plazo que esto tendría la retirada, y tampoco se llevó a cabo una planeación realista de su implementación. La situación de los afganos que apoyaron a Estados Unidos y otros países con presencia en el país lo demuestra. A pesar del apoyo que les brindaron a lo largo de estos años, . Incluso varios ciudadanos de Estados Unidos y de otros países occidentales también se encontraban en riesgo y sin certeza de que pudieran abandonar Afganistán de manera segura ante el avance del Talibán.

Tampoco olvidemos el futuro desolador que la depara a las mujeres y niñas afganas que ahora fueron dejadas a su suerte y que muy probablemente verán seriamente vulnerados sus derechos a la educación, a la salud, y a su libertad. Por otro lado, en la provincia de Kandahar que ya había sido ocupada por los talibanes hace varias semanas, la organización Human Rights Watch ha reportado la ejecución de autoridades locales y la detención de personas acusadas por el Talibán de haber colaborado con el gobierno local o con las fuerzas de seguridad.

Si bien no me parece defendible la ocupación de Estados Unidos bajo ninguna circunstancia, la salida de Afganistán de esta manera no es una decisión acertada: dejará una nueva crisis de refugiados que deberá ser atendida por la comunidad internacional y ha perdido credibilidad que solo suma a otras tendencias desconcertantes en la conducción de su política exterior. Biden ha afirmado continuamente que Estados Unidos está de regreso para diferenciarse de su predecesor. Sin embargo, las acciones tomadas hasta ahora no han materializado ese discurso.

Sí, regresaron al Acuerdo de París y a la Organización Mundial de la Salud, pero a la vez se ha reafirmado la falta de un liderazgo firme para buscar la paz en el conflicto palestino-israelí; no hay ningún indicio de que haya voluntad para normalizar las relaciones con Cuba; y más grave aún para México, las detenciones de migrantes en la frontera han llegado a niveles históricos, aún con la administración de Trump como un antecedente inmediato. El mundo ciertamente esperaba más después de los últimos cuatro años. Si otros gobiernos no pueden formar expectativas claras sobre la actuación exterior de Estados Unidos, la administración de Biden difícilmente podrá construir la confianza necesaria para sustentar ese regreso al que tanto alude en sus discursos.

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