Con todo lo estrujantes y terribles que son, hay algo tristemente repetitivo en las imágenes y reportes que nos llegan del más reciente estallido armado entre Israel y Hamas, la organización político/militar/terrorista que controla el territorio de la Franja de Gaza.

La incesante confrontación es la definición misma del círculo vicioso: ambas partes repiten patrones de conducta que han probado su ineficacia y futilidad y que les conducen, inexorablemente, a los mismos resultados una y otra vez.

La última conflagración, antes de esta, fue en 2014, y quien lo desee podrá comprobar lo que les digo: podrían ser copias calcas la una, entonces, de la otra, la actual. ¿Y los resultados? Ahí están a la vista:

Para Israel, la amenaza que representa Hamas sigue latente y vigente. Para Hamas, las condiciones de asedio y acorralamiento persisten, se intensifican. Para Gaza, el bloqueo y hacinamiento persisten.

Los efectos sobre la población civil son mucho más severos, aun en tiempos de no combate, no se diga en pleno conflicto armado. El temor y la incertidumbre dificultan la vida cotidiana de millones de israelíes. La pobreza, la carencia de infraestructura y servicios básicos la vuelven miserable para dos millones de palestinos en Gaza. No es una competencia: los millones de civiles afectados por este conflicto y por la miopía y obstinación de sus dirigentes no tienen la culpa ni tienen por qué pagarlas, pero inevitablemente la factura cae sobre ellos.

Y vaya que la factura es carísima: la catástrofe humanitaria en Gaza es horripilante en tiempos “normales”, pero tras los bombardeos diarios se ha convertido en una auténtica tragedia. Los ciudadanos israelíes, mucho mejor protegidos, corren también riesgo y muchos pagan con sus vidas por el lanzamiento indiscriminado de cohetes de Hamas.

Y todo esto es, como lo señalé al principio, algo que ya hemos visto repetirse demasiadas veces, siempre con los mismos -terribles- costos, siempre con los mismos procesos de escalada/estallido/negociaciones/desescalación que SIEMPRE llevan a todos los involucrados de regreso al punto de partida.

Y cada vez creemos que, ahora sí, algo cambiará. Que la sensatez, la decencia, la dignidad humana se impondrán, que la comunidad internacional, la opinión pública mundial, harán algo diferente. Pero no, la película de terror solamente se reinicia.

No pretendo en este breve texto desentrañar los orígenes profundos del conflicto ni mucho menos juzgar la validez de las razones de cada una de las partes. Pero sí quisiera llamar a la reflexión: no puede ser que una y otra vez veamos lo mismo y que nada cambie, que la receta repulsiva siga siendo utilizada con el mismo cinismo, el mismo descaro, por los políticos de siempre, que son los únicos beneficiarios.

Y no puede ser que sean ignoradas nuevamente las voces de la empatía, de la tolerancia, del perdón recíproco.

Es hora de escuchar esas voces, de abandonar las fórmulas fallidas y de intentar algo nuevo. Solo así se puede esperar un desenlace diferente.

Analista político.
@gabrielguerrac