Autocracia o democracia. Esa será la decisión que tomaremos en las urnas el 6 de junio al elegir una nueva Cámara de Diputados. Votar por Morena y sus aliados o por los nuevos partidos patito es votar por la autocracia, por la continuidad del proyecto de Andrés Manuel López Obrador, el autócrata con políticas conservadoras y lenguaje populista. Votar por la Alianza Va por México es votar por la democracia para detener la concentración del poder y la destrucción de las instituciones republicanas que diariamente el Presidente y su coalición llevan a cabo a machetazos, con la finalidad de ser la única voluntad en las decisiones de gobierno y rumbo nacional.

AMLO y Morena se han convertido en los dueños de la narrativa política con dos componentes principales: uno, que desde la última década del siglo pasado se apoderó del país una fuerza perversa que ha envilecido todo lo bueno que fuimos y dos, que a partir de 2018 “el pueblo” decidió retomar su destino, que no es otro que recuperar ese buen pasado bajo la severa conducción moral y política de Andrés Manuel. Adueñarse de la narrativa fue el primer paso para adueñarse del país.

La debilidad de esta narrativa es que está destinada desde el principio a estrellarse con la dura realidad: México salió del dominio de un solo partido y del poder omnímodo del Ejecutivo para hacer un país nuevo, abierto al mundo, dueño de su destino en la conciencia y el voto de cada ciudadano, dispuesto a enfrentar sus problemas con el diálogo y la decisión colectiva en un sistema político plural. A pesar de todos sus defectos, esa nueva realidad política que llamamos pluralismo democrático es la que nos ha permitido mejorar. Según el Banco Mundial, la brecha de pobreza se redujo en dos puntos, si bien persiste como un problema que debió ser atacado en su médula y no en sus contornos; la desigualdad disminuyó sensiblemente (ocho puntos del índice de Gini), pero estamos muy lejos de llegar a una distancia decente entre niveles de ingreso. La economía creció aunque a una tasa insatisfactoria, lo que se ha reflejado en el mal humor de todos y no se usaron las herramientas adecuadas para la mejoría de los más rezagados. El crecimiento del pastel es lento y el que hay está muy mal repartido. Por esto la situación es desesperante y desesperanzadora. Pero eso no tiene por qué justificar al autoritarismo.

La prueba de que elegir a AMLO-Morena en 2018 fue una mala decisión está a la vista: México ha retrocedido en todos los frentes: contrarreforma educativa, crecimiento negativo por malas decisiones del gobierno antes de que golpeara la pandemia y peores durante ella, con la consecuencia de fabricar más pobres y desempleados, de atacar los derechos civiles y políticos y violar la Constitución desde los Poderes Ejecutivo y Legislativo. Recientemente el Presidente nos ofrece un plato intragable: ¡desaparezcamos al INE; volvamos al control electoral desde el poder! Quiere hacernos creer en la mentira de que su voluntad es la del pueblo y que todo el que no se incline ante su majestad es una herejía que debe ser enviada al basurero del desprecio, mientras no se le antoje el fuego de la hoguera.

Las elecciones del 6 de junio llaman a decidir si queremos seguir comprando esa narrativa grotesca que se aprovecha de la esperanza de millones y encubre un rumbo catastrófico; o bien, si recuperamos el control del poder mediante los equilibrios del pluralismo parlamentario para contrarrestar una mayoría legislativa que en tres años ha demostrado servilismo y ha abandonado a la ciudadanía para entregar el país a un solo hombre.

No nos dejemos confundir. En la boleta electoral hay solo dos opciones: la autocracia, con el atraso que representan Morena y sus partidos satélites, o la democracia, con la recuperación de nuestro destino que personifica Va por México.



Investigador del Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM.
@pacovaldesu