A diferencia de las antiguas plagas que eran inevitables, las consecuencias del Covid-19 pudieron ser reducidas en su magnitud catastrófica y en su expansión mundial. La condición para hacerlo no era únicamente el saber de los médicos ni la eficacia del sistema de salud, sino la libertad de prensa e información. Un estudio epidemiológico (https://bit.ly/2vTYdqa) muestra que si las medidas de intervención no farmacéutica (NPI’s) contra la propagación del coronavirus en China hubieran sido tomadas una, dos o tres semanas antes la multiplicación del contagio, podría haber disminuido 66, 86 y 95 por ciento respectivamente.

Según publica Reporteros sin Fronteras (RSF) , la censura de información no autorizada por el gobierno del Partido Comunista en todos los medios de prensa y las redes sociales fue la principal causa para no tomar las medidas preventivas necesarias. En ese informe de RSF (https://bit.ly/2JkwimB) se consignan seis eventos cuyo conocimiento fue impedido por las autoridades del país origen de la pandemia. El primero fue el desconocimiento —gracias al control de internet— de un simulacro de pandemia elaborado por la Universidad John Hopkins (https://bit.ly/2Jqbf1L) que presentó en octubre una prospectiva a 18 meses en que podrían alcanzarse los 65 millones de muertes. El segundo fue que las autoridades locales de Wuhan no informaron del brote (20/12/19) de una “neumonía desconocida” y de que varios de los contagiados habían “frecuentado el mercado de pescado de Huanan”. El tercero es que el Dr. Lu Xiaohong empieza a conocer casos de infección entre el personal médico (25/12/19) pero los medios no recogieron la información debido a la censura. Cuarto evento: otro tanto ocurre el 30 de diciembre cuando los médicos del Hospital Central de Wuhan anuncian la presencia de “un coronavirus similar al SARS”; ocho de estos médicos fueron detenidos por propagar “rumores falsos”; uno de ellos Li Wenliang murió por la enfermedad. Conocida la presencia del virus y su capacidad de propagación, China informa a la OMS pero obliga a las redes sociales a censurar la información de aspectos clave de la epidemia. Quinto: el 5 de enero un equipo en Shanghai logra secuenciar el genoma del virus (información clave para hacer la vacuna) pero el gobierno se opone a dar a conocer la información hasta que el 11 de enero los científicos la filtran en plataformas abiertas. Por último, el 13 de enero se conoce el primer caso de un paciente fuera de China (Tailandia), lo que, por fin, obliga a reconocer la gravedad de la epidemia.

La censura omnímoda practicada por el Gobierno del Partido Comunista Chino retrasó el conocimiento de la enfermedad provocando consecuencias graves para toda la humanidad. El estudio epidemiológico citado arriba estima que si las medidas de contención del Covid-19 se hubiesen tomado tres semanas antes, podría haberse reducido hasta en 85 por ciento el contagio. La cifra de un millón de infectados al 3 de abril podría haberse reducido hasta ciento cincuenta mil y probablemente el Covid-19 no se habría difundido exponencialmente.

Cuando China se va convirtiendo en una potencia cada vez más influyente, volver a la crítica del totalitarismo y sus raíces ideológicas vuelve a tener relevancia de primer orden. El Estado chino es una autocracia que viola sistemáticamente los derechos humanos y que, gracias a sus medios despóticos de control y censura, ha causado un grave daño a la humanidad. Pero no sólo en China los autoritarismos agudizan la pandemia. También en otras latitudes se cuecen habas.

Estados Unidos ha sido uno de los países más afectados por la pandemia en números absolutos y relativos. De acuerdo con un reporte de The Atlantic (https://bit.ly/3dXwg1N) el presidente Trump se empeñó en ocultar información y disminuir el tamaño del problema. Atacó a los expertos que lo criticaban y promovió una campaña para desacreditarlos. Desdeño la vulnerabilidad de comunidades como los indocumentados; amenazó con ejercer poderes excepcionales para los que no está facultado y

obstaculizó la labor de las agencias independientes como el Centro para el Control de Enfermedades. Otros dirigentes nacionales como Bolsonaro, Boris Johnson, Putin, Orban, Jamenei, Maduro y López Obrador, entre otros, se han resistido a reconocer la gravedad de la pandemia y con ello han retardado la reacción institucional y social, lo que habrá de repercutir en el impacto de sus efectos. Para estos gobernantes la invasión del coronavirus se interpone con sus proyectos autocráticos. Estos déspotas harán todo lo posible para aprovechar la crisis en su favor y no en el interés general.

En contraste, países como Francia o Corea del Sur reconocieron la naturaleza del problema, alentaron el conocimiento sobre el fenómeno y activaron la respuesta de los medios a disposición.

El respeto a la libertad de prensa y al derecho a la información siempre es fundamental, y más cuando se enfrentan catástrofes. Vemos en esto una prueba más, esta vez trágica, de que el poder sin controles se vuelve siempre en contra de todos y cada uno de nosotros.

Académico de la UNAM.
@pacovaldesu

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