El mundo entero se lamenta de la lejanía con que sus gobernantes miran hacia los representados. Para colmar sus apetitos de poder medran a las sombras del Estado. No trabajan para quienes representan, sino para sí. La ira, marca contemporánea del descontento social, eleva el resentimiento a la categoría de volkgeist, espíritu del pueblo. La gran revuelta contra la democracia se concentra en elevar líderes que “resuelvan” los asuntos del verdadero “pueblo”. Y estos líderes se encumbran por medio de elecciones para desplazar a los “malos” gobernantes. ¡Y qué bien! Las elecciones son la herramienta indispensable con la que los ciudadanos tradicionalmente se han sacudido gobiernos incompetentes, autoritarios, violadores de derechos, genocidas o corruptos, o todo eso junto.

El fenómeno que estamos observando mundialmente es que entre los dirigentes que galvanizan la ira y el resentimiento, motivos centrales de nuestra época según Peter Sloterdijk (Ira y tiempo), avanzan los que pregonan que todo está podrido, y solamente ellos lo pueden regenerar. Así ha pasado en Estados Unidos, Turquía, Hungría, Brasil, Polonia y la cuenta espera a otros donde el asedio ha comenzado como Francia y Alemania. La podredumbre es tanta, dicen esos líderes, que cualquier crítica que se les dirija es, per se, sospechosa de complicidad con el lodazal en que se habría convertido todo espacio de las instituciones del Estado, a excepción de los que ellos han llegado a desinfectar. Donald Trump va a la cabeza de esa nueva clase de gobernante que se pretende encarnación de los “auténticos” valores, únicos que deben tener cabida en la vida pública.

Es obvio el peligro que implica ese pregón: todo lo que ofrezca resistencia merece condena. Al utilizar las instituciones a voluntad, tienden a suprimir los límites y justificar que todo se vale con tal de representar “de veras” al pueblo que ha sido ofendido. Quienes se suman al resentimiento como bandera política son presa fácil de la manipulación porque facilitan que este “nuevo” poder, al igual que antes, se ponga al servicio de intereses especiales.

Llegados a este punto se pueden desencadenar consecuencias que a la postre se habrán de lamentar, como controlar o combatir al parlamento, la esencia de la democracia moderna, destituir o desprestigiar a los poderes que administran la justicia, socavar a la prensa y su credibilidad y, si es necesario, alterar las condiciones para que en el futuro no pueda reflejarse en esas instituciones ninguna otra opinión o voluntad que no sea la autorizada por la nueva clase dirigente. Ejemplos de ello los podemos ver en Nicaragua y Venezuela. De otro modo lo observamos en Estados Unidos, Brasil, Rusia Reino Unido, donde a través del uso masivo de redes socialaes se apagan o encienden voluntades artificiales que tuercen los resultados electorales. Ese tipo de gobernantes puede aspirar a perpetuarse en el poder inclusive a costa de la más elemental de las herramientas de la democracia: el sufragio libre, contante y sonante. Una vez iniciado el embate no es tan difícil lograrlo. Puede convencerse a una parte del público que sus intereses estarán mejor resguardados si son sustraídos del alcance del electorado; puede hacerse trampa de mil formas para que el voto favorezca sistemáticamente a los aliados y descoloque del juego a los adversarios y, desde luego, se puede intentar alterar las elecciones. No sería la primera ni la última vez que se han propinado golpes así a la soberanía popular. La democracia en el mundo está siendo asaltada en nombre de ella misma por impulsos autocráticos que reciben el respaldo o la complacencia de grupos influyentes de la población, sean mayoritarios o minoritarios.

La superioridad de la democracia sobre las otras formas de gobierno es que ofrece periódicamente la ocasión de quitarse de encima gobiernos incompetentes o tiránicos. Pero si deja de estar acompañada por las demás herramientas que controlan el poder como los contrapesos, la transparencia, la prensa libre, la ciudadanía atenta y participante se llegará a un resultado negativo, como el encumbramiento activo de megalómanos iluminados. Por eso nunca será sensato matar al enfermo con la finalidad improbable de purificarlo.


Académico de la UNAM.
@ pacovaldesu

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