Andrés Manuel López Obrador ha trocado su beligerancia contra los acuerdos energéticos por un nuevo distractivo. Esta vez lanza una cortina de humo con un “plan de paz” para el conflicto iniciado por Rusia al invadir Ucrania. López Obrador lo hizo precisamente en el desfile conmemorativo de la Independencia, día en que había prometido fijar una postura terminante contra las disposiciones del T-Mec en materia de energía (o de todo el T-Mec, como algunos temían). Días antes se había reunido con el secretario de Estado de Estados Unidos, luego de lo cual, declaró sedosamente que todo iba bien con el vecino del Norte y que “ya había cambiado” la actitud del presidente Biden. Debió venir el funcionario americano para “convencer” a AMLO de que la política energética mexicana es más buena para México de lo que cree el Ejecutivo mexicano —seguramente porque tenía otros datos.

El plan de paz de López Obrador consiste, primero, en una tregua de 5 años, y no una tregua cualquiera, sino de una “de paz mundial”. Suspender “provocaciones” militares, pruebas nucleares y de misiles, enfrentamientos e intervenciones “en conflictos internos”. Crear “un comité de fomento del diálogo entre los presidentes de Rusia y de Ucrania” con la mediación del Papa, António Guterres y Modi. El presidente reprobó la invasión rusa, pero al mismo tiempo culpa a la OTAN de no dejar entrar a Ucrania en sus filas y llama a “enmendar el error” adoptando su plan pacificador. Marcelo Ebrard tragó el sapo de presentar el plan a la ONU, que es más o menos como la canción “Imagine”, de John Lennon, solo que no tarareada por cualquiera, sino por el canciller de México ante el mundo entero. Pero el mundo “tiene otros datos” porque no hay quien le haga caso. La reacción más inmediata provino del asesor del presidente Zelenski, Mykhailo Podolyak quien se refirió a la iniciativa como un “plan ruso”, pues consumaría la ocupación de los territorios invadidos. Pacificador oportunista, le espetó a López Obrador.

Mientras tanto la preocupación mundial se eleva a niveles de alarma y Putin aumenta la apuesta decretando la leva y haciendo referendos en las regiones usurpadas. La leva ha caído como bomba en Rusia y miles de manifestantes han ido a la cárcel y cunde el miedo a la amenaza de usar “todo recurso a su alcance” —léase, armas de destrucción masiva—. Es el recurso de un autócrata cada vez más endurecido, que va perdiendo la guerra y se prepara a sacrificar a su gente para ganar tiempo. Como miembro del club de las autocracias que le gustan a Obrador, se empeña en impedir la democracia, que volverá a tocar a la puerta del Kremlin a su caída.

No pocas veces en la historia el camino de la paz ha sido la guerra. La paz puede ser conseguida con el triunfo de Ucrania sobre el invasor o la capitulación rusa. Bajo estas condiciones no es posible un diálogo de paz, a menos que el invasor detuviera la agresión y retirara sus ejércitos de los territorios ocupados. El régimen de Rusia con Putin hace agua mientras que, paradójicamente, el de Ucrania se prestigia a los ojos del mundo.

Cabe preguntarse a santo de qué los poderes mundiales que cuentan van a hacer caso de una chifladura lanzada al aire sin que se sepa que se haya consultado a los protagonistas si admitirían una mediación. No tiene sentido por donde se le mire, a menos, claro está, de que se trate de otra maniobra —como creo que lo es— para distraer la atención sobre el estrepitoso fracaso de la mayor parte de las políticas del gobierno.

Hay dichos que son proféticos. AMLO se ha jactado de que “la mejor política exterior es la política interior”. En congruencia ya empezamos a ofrecer delirios como productos de exportación, lo que empata la política exterior con la interior.

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Investigador del IIS-UNAM.
@pacovaldesu


 

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