Flavia Freidenberg y María Esperanza Casullo

Los resultados de las últimas elecciones en México sostienen un argumento que publicamos hace ya siete años en el blog The Monkey Cage (del diario Washington Post ) respecto a los efectos del vaciamiento del centro del espectro político en Europa y Latinoamérica. En aquel momento sostuvimos que los partidos de “centro-y-algo” (centroizquierda y centroderecha) estaban teniendo dificultades para acumular votos en el centro y evitar que se le escaparan votantes. Esa pérdida de capacidad representativa generaba un vacío que podía ser aprovechado por políticos outsiders o por nuevos partidos, ya fuera de derecha o de izquierda, que tomaban para sí la representación de nuevas demandas, desde el euroescepticismo en Europa hasta partidos con fuerte presencia de sectores evangélicos en América Latina. El ascenso de Morena confirma este patrón.

El compromiso bipartidista de los partidos de centro (la mayoría de ellos mayoritarios) con las medidas de austeridad tomadas luego de la crisis financiera del 2008 y 2009 fue la causa de esta pérdida de capacidad representativa de los partidos europeos durante la década pasada. En España, el PP y el PSOE durante mucho tiempo no tuvieron diferencias en cuanto a la política económica frente a la crisis; lo mismo sucedió en Grecia, en donde draconianos paquetes de recorte del gasto público fueron impuestos con el apoyo de los partidos más importantes. Lo mismo había sucedido con los partidos centristas latinoamericanos durante la década de 1990, cuando todo el arco partidario apoyaba los ajustes.

En el caso de México, nuestra hipótesis es que el ascenso de Morena fue producto de un proceso muy similar, en donde priístas y panistas (y de manera colateral también perredistas) terminaron siendo vistos como co-responsables por la crisis económica -que tiene a más 53 millones de personas en la pobreza-, la corrupción, la desigualdad estructural, el aumento de la violencia y la impunidad. Como a los europeos, a estos partidos se les escaparon los votantes. Con el paso del tiempo fueron perdiendo su capacidad de “atracción” del electorado centrista y de construir un relato que inspirara y (por tanto) movilizara a los desencantados con los resultados de las políticas socio-económicas.

Morena

es ejemplo de una fuerza que surge para recoger las exigencias que se acumularon “en las orillas” del sistema político y lo hace con una nueva narrativa que supone otra manera de hacer política y de pensar la política económica. Andrés Manuel López Obrador evidencia cómo nuevos líderes (o mejor dicho viejos líderes que se reciclaron en nuevos partidos) logran canalizar el rechazo prolongado que la ciudadanía manifestaba contra las políticas de ajuste y de austeridad, arrastrando con ello al recambio de la clase política.

Cuanto mayor ha sido la crisis social y económica y mayor el compromiso de los partidos mayoritarios con el ajuste, mayor el derrumbe de los partidos de centro (Venezuela, Ecuador, Bolivia y ahora México), y más fuerte el carácter populista del partido que aprovechó la situación. El militar Chávez, el sindicalista Morales o el profesor Correa fueron elegidos desde los márgenes de la clase política dominante, bajo el relato de que representaban una nueva manera de hacer política contra los de siempre, resignificando las prácticas políticas y el ejercicio del poder. La decisión de AMLO de asumir una virtual posición de outsider y fundar un nuevo partido "desde el llano" dieron finalmente réditos electorales, también bajo la narrativa de que era necesario refundar la política. Si bien no todos eran nuevos (ni las élites ni los discursos), muchos se beneficiaron de la novedad del relato.

Todos estos líderes surgieron desde la izquierda para cooptar con sus estrategias catch-all todo el espectro ideológico: izquierda, centro y derecha. De ahí que en sus políticas se ofrezca “algo para todo el mundo”: algo de izquierda, algo de derecha, algo hacia arriba y algo hacia abajo. La capacidad de monopolizar la agenda, el relato y el espacio político es lo que les permite ir generando sistemas de partidos predominantes, carentes de fuerzas opositoras antagónicas, capaces de ganarles en elecciones competitivas.

El populismo aparece entonces más como una estrategia para intentar volver a ocupar el centro, apelando a las mayorías insatisfechas, que una fuga que va sólo hacia la izquierda. Esto es lo que pareciera intentarse en México: ocupar el centro, reconfigurar el relato y el espacio político, redefinir lo que significa ser un partido mayoritario, construir nuevas lealtades y formas de entender la política. Y todo ello puede leerse como un esfuerzo permanente para no perder el centro porque, si el centro queda vacío, nuevos partidos y liderazgos -muchas veces populistas y desde las orillas-, volverán a llenarlo.

Flavia Freidenberg, Instituto de Investigaciones Jurídicas, UNAM, México
María Esperanza Casullo, Universidad Nacional de Río Negro, Argentina

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