Nunca la había visto. Hace años paso casi diario al lado de ella y jamás la noté. Si bien, sólo vemos lo que queremos ver, también es verdad que hay cosas que aparecen ante nosotros sólo cuando quieren.

Acabé de correr y, a escasos metros, estiraba pies y gemelos en unos escalones sobre los que se yergue el busto de Miguel Ángel de Quevedo, El Apóstol del Árbol, en el Vivero de Coyoacán. Entonces me percaté que yacía a unos pasos, aunque sin anteojos no alcanzaba a distinguir con exactitud qué era.

Al acercarme, descubrí que se trataba de una escultura, un mundo que emergía del suelo y de donde se sostenían dos palomas. La placa con los datos de la obra estaba cubierta con restos de tierra, varitas y un escupitajo que parecía más bien agua. Pero, al pasar las yemas de mis dedos para develar las letras, resultó ser saliva espesa.

En otra época de mi vida, habría vomitado, pero con la edad perdemos ascos. “Pinche gente”, pensé y me limpié en la tierra húmeda y en la corteza de un fresno. “Un solo mundo”, leí en la inscripción que identifica la pieza de 1999 del japonés Mizuo Ishida.

No resulta extraño que esta consigna poética esté sembrada en un circuito de corredores, pues —como ya adelantaba aquí semanas atrás y como en días recientes lo vimos— quizá el deporte sea lo único capaz de unirnos: millones de personas animando al unísono a un ser humano para batir las dos horas en un maratón, los hinchas de los tres clubes de futbol más multitudinarios de Chile marchando juntos y, el domingo, un estadio de beisbol abucheando a Trump.

Estamos conectados, lo que acontece en un extremo del planeta tiene repercusiones en el otro: Barcelona, Lima, Hong Kong, Santiago, Londres y cualquier ciudad de México. Si el aleteo de una mariposa tiene efectos a miles de kilómetros, lo que debemos hacer nosotros es abrazarnos.

Porque falta todavía. También apenas el domingo, la hazaña de la holandesa Sifan Hassan de romper el récord femenil de media maratón en Valencia se truncó cuando tropezó en medio de una decena de corredores. Ninguno se detuvo a ayudarla, ni el que la trompicó.

No es “Un mundo solo”, es “Un solo mundo”, y no se le escupe.

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