¿Está de plano fatal desearle el mal a alguien? ¿Nos deberíamos considerar ruines si lo hacemos? Yo lo evito, aunque algunas ocasiones y con ciertas personas no me contengo. “Que te lleve el carajo, hijo de la gran p$!*. Que en la siguiente cuadra te salga uno peor y te vayas a la mie#@%”, maldigo mentalmente sobre todo a los microbuseros que me avientan sus armatostes no sólo sin temor a chocarme, sino con aparente intención, y todavía les aviento mis poderes con las palmas de las manos extendidas y apuntándoles.

Ahora que con lo del Abierto de Australia anunciaron la detención de Djokovic, confieso que me moría de gusto. Y luego de que lo liberaron y a los dos días volvieron a quitarle la visa, lo disfruté muchísimo. Su deportación fue como un triunfo personal, estoy seguro que sentí parecido que Federer o Nadal cuando lo derrotan. Me cae gordo, más desde que destrozó su raqueta en las Olimpiadas pasadas y peor después de renunciar a competir por el bronce con su compatriota serbia, supuestamente por una lesión, tan dudosa como su prueba de Covid.

Una vez fuera de Melbourne, lo único que quería es que Rafa tampoco rebasara a Roger en Grand Slams. Me cae muy bien el manacorí, pero Su Majestad es Su Majestad.

Sin embargo, no contaba con Daniil Medvedev, el diestro ruso del deporte blanco y otro impresentable de lo peor. Recuerdo cuando increpó al público en el Abierto de Estados Unidos en 2019 y provocó la irá de todos, incluida otra vez la mía. Por unos segundos me imaginé metiéndome por la pantalla para golpearlo. Pero el tipo mide más de 1.90 y mejor no.

Lamentablemente, su espectáculo de Nueva York no fue tan bochornoso como el de la semana pasada en su semifinal contra Tsitsipás. De pronto, el de Moscú comenzó a gritar y a llamare estúpido al juez de silla. Enseguida apunté con mis manos al televisor para que el griego le diera la vuelta al partido.

No fue así y por supuesto deseé que Nadal lo apaleara en la final. Ya no importaba el tema de los Grand Slams, el bien siempre debe prevalecer sobre el mal. Sí, ya sé, exagero, pero por ahí alcanzo a ver una lucha entre ambas fuerzas.

Admiro la serenidad y la gallardía de Rafa tanto como la clase y galantería de Sir Roger, quien no tardó en felicitar de corazón a su gran amigo y rival apenas despachó al ruso en uno de esos finales felices dignos de las mejores películas.

Estamos todos histéricos y un poco locos, tendríamos que aprender de estos dos grandes maestros de la raqueta, de la paciencia y de las buenas costumbres.

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