Aunque no hay un consenso sobre el origen preciso de la vida, ni acerca de lo que sobreviene una vez que ésta concluye, lo único cierto es que todos —mientras dure— quisiéramos que la nuestra fuera útil, si no para la humanidad entera, cuando menos para nuestra gente.

Últimamente, he tenido contacto y el privilegio de entrevistar a personas que —de una u otra forma— han estado cerca de irse, pero que —por distintas circunstancias— han vuelto.

En su mayoría, coinciden en que —tras acercarse al fin— el propósito de vivir se vuelve más claro: ayudar, servir y contribuir —en la medida de nuestras posibilidades— a que la existencia de los demás sea más grata, apacible y emocionante.

A principios de año, el otrora entrenador de la Selección Nacional Mexicana de futbol Sven-Göran Eriksson dio a conocer que padecía un cáncer terminal de páncreas. En una entrevista, donde reveló que los doctores le daban alrededor de 12 meses, el director técnico de nacionalidad sueca también habló de los sueños que dejaría pendientes: “El más importante, dirigir al club de mis amores, al Liverpool, cuyos colores llevo en el corazón desde muy pequeño. En su momento, se dieron pláticas, estuvimos cerca de llegar a un acuerdo y firmar un contrato. Pero, tristemente, no se dio”.

Bastó que los Reds de la Premier League de Inglaterra y su actual entrenador, Jürgen Klopp, se enteraran, para concederle su último gran deseo.

El sábado pasado, Sven-Göran Eriksson saltó a la cancha de Anfield —en medio de una estruendosa ovación del público— para hacer realidad su sueño y comandar al equipo de leyendas del Liverpool, que terminó por vencer a las viejas estrellas del Ajax de Países Bajos, en un partido de voltereta.

El estadio completo lo vitoreó sin cesar.

Me queda clarísimo que, cuando tienes la fortuna de escuchar y sentir sendos aplausos como reconocimiento a tu trabajo, a tu trayectoria y tu humanidad, en vida, da igual si el más allá existe y cómo te reciban.

Sin duda, vinimos aquí, a este planeta, a estos campos de juego, a cumplir nuestros sueños, aunque atestiguar este gran epílogo de un ser al que ni siquiera conozco, me hace pensar que —efectivamente— pudiera ser incluso más satisfactorio ayudar a realizar los sueños de los otros y a completar sus rompecabezas.

Bendito deporte, porque gracias a sus fantásticas historias, no siempre es necesario morir para que nos sean develados los motivos invisibles de la existencia.

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