A quién no le ha pasado que lee un libro

, toma un curso o escucha las palabras de un sabio, y de inmediato resuenan en su interior, como si ya las conociera, como si simplemente se las hubieran recordado.

Quizá se deba a que dentro llevamos no sólo todas las preguntas, sino también las respuestas, las soluciones y fórmulas. Porque, si bien es cierto que la solución no siempre está en nuestras manos, nadie ha dicho que no se encuentre en nuestras profundidades. En el fondo, sabemos que —a veces— la solución es que no hay solución.

Pero en lo recóndito resguardamos, además, otras maravillas ocultas. Los corredores, por ejemplo, poseemos una capacidad extraordinaria para calcular el tiempo. Es común salir a dar una vuelta y que, de pronto, tras emerger de nuestros pensamientos, adivinemos con asombrosa precisión los minutos transcurridos. Basta con checar el reloj para corroborarlo.

Y lo mismo nos sucede con la distancia, hemos transitado tantos kilómetros que casi podemos sentir de dónde a dónde se extiende cada uno. La perspicacia nos ayuda a computarlos con cercana exactitud. Nos la pasamos conjeturando el espacio existente entre un punto y otro de nuestra mundana geografía, lo medimos con la mente, con equivalencias de tantas carreras en las que hemos participado.

Pareciera que escondemos un reloj interno, el mismo que despierta —sin necesidad de alarmas— a quien lo activa. Quien se programa a conciencia, consigue despertar a la hora que desea.

Lo que llevamos dentro

es tan incuestionable como la propia intuición. Tenemos tantos poderes como los personajes que salieron de la imaginación de Stan Lee : intuición, clarividencia, dones, talentos y —en el caso de los músicos— las melodías. El amor, el entusiasmo, las intenciones, los sueños, los deseos y, sí, las chingaderas. Quién no ha sido un maldito.

Sin embargo, ahí también está el arrepentimiento, la paz, la cura, el silencio, la razón de vivir y —en el confín— uno mismo. Contenemos incluso el universo, que se evidencia cuando apretamos los ojos y aparecen esas estrellas que extrañamente palpitan al ritmo de nuestro corazón, donde almacenamos todo.

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