Según el diccionario, “remontar” significa superar algún obstáculo o dificultad. En el argot deportivo, se refiere a esa proeza de un equipo o un deportista, cuando consigue superar un resultado adverso. El clímax de una remontada, como final de película, está en el triunfo, en levantar los brazos y convertirse en campeón tras casi ser noqueado.

La semana pasada, recibí un mensaje de uno de esos amigos a los que apenas ves, pero con quienes mantienes una conexión más allá de llamadas o salidas, gente con la que coincides por un asunto más bien de almas y parecidos a simple vista impercetibles, que con una simple conversación salen a la luz. Jorge trabaja en una cadena global televisiva de deportes.

“Últimamente, he pensado en un concepto que aplica al deporte y a la vida: la remontada. Llevo días dándole vueltas por cuestiones de mi trabajo y por estos momentos de mi incierta existencia. Porque sí se dan esas remontadas épicas: la voltereta del Barça en Champions frente al PSG , o el regreso de Federer para conquistar Australia en 2017, Tiger en el último Masters de Augusta , después de una década sumido en la desventura.

Necesito un golpe de ese tamaño y me preguntaba qué enfoque le darías si escribieras al respecto”. Luego de meditarlo, llegué a la película protagonizada por Russell Crowe que cuenta la historia de James J. Braddock. Su capacidad para ganar peleas en las que no era favorito, le hizo acreedor al apodo de Cinderella Man .

Antes de ser campeón mundial, el peso pesado estadounidense padeció las gravísimas consecuencias de la Gran Depresión del 29, y —para alimentar a su familia— se vio obligado a trabajar en los empleos peor pagados y más duros. “Tendremos que revertir el peor año del canal. Sin eventos, la venta se cayó y —para 2022— estamos obligados a vender el doble. A todos nos toca levantarnos, el Covid nos golpeó, pero faltan rounds, ¿no?”.

Braddock estiró la mano en busca de caridad y tocó la miseria. Al cabo de seis años, se le presentó una oportunidad de último minuto para enfrentar a John Corn Griffin. Inesperadamente, lo derrotó y comenzó el ascenso de su carrera. Sus vecinos y el país entero lo convirtieron en un héroe popular. La gente se identificaba con él, con su carencia y con ese deseo imbatible de redención y gloria, a pesar de siempre pelear con los momios en contra.

No existía nadie más parecido a ellos, un hombre aparentemente derrotado que luchaba contra todo y contra todos, a quien la suerte, pero sobre todo la determinación y el hambre, lo salvaron. “Yo peleo por leche”, decía. Querido Jorge, damas y caballeros, si la vida nos madrea, que sea con golpes de suerte.

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