Hace cinco años, acabé en el hospital por una lesión de columna. En la última fase de entrenamiento rumbo a mi tercer maratón, el cuerpo me paró en seco. Mi sueño estaba anclado en aquella meta y, al caerse, me sentí desesperanzado.

“Los humanos somos curiosos”, me dijo una maestra sanadora a la que acudí. “No te va a gustar lo que te voy a decir, pero estas carreras locas nada más les sirven para demostrarle al mundo su valía, su resistencia física, su capacidad de ser más rápidos que otros, su disciplina y todo lo que han entrenado. Esta competencia sin límite de unos contra otros —y que algunos dicen, peor aún, que es contra sí mismos— surge del ego y poco tiene que ver ya con el deporte que realmente nos construye”.

Les cuento esto porque hará cosa de un mes sufrí un desgarro del que, según yo, ya estaba recuperado. En cuanto me sentí bien, empecé a correr otra vez como si el mundo se fuera a acabar y, ¡zas!, la cicatriz de mi bíceps femoral se abrió ahora más grande.

“¡No puede ser! —le repetí frustrado a mi entrenador—. ¡Justo en mi mejor momento!”.

“Si lo ves así, es que se trata de un golpe al ego”, me respondió, en clara coincidencia con la maestra sanadora.

Recuerdo mis comienzos, cuando salía a correr sin reloj, por el mero gusto. Simplemente, porque me conectaba y me llegaba la inspiración. Se me revelaban ideas para campañas publicitarias, resolvía historias en los 60 minutos que corría entre árboles, a través de senderos que, sí, me conducían a mí.

Por supuesto que ahora disfruto también correr a un nivel competitivo, pero algo hay de cierto en que —de pronto— en las carreras corría de mí y ya no necesariamente hacia mí. La meta es una línea muy delgada entre la satisfacción personal y el sentirnos valorados por otros debido a nuestra falta de autoestima.

“Hay que desandar a veces los pasos”, me dijo la mujer sabia hace cinco años, que parecen hoy. “Ve al origen verdadero de la contracción, pues todos los padecimientos tienen un porqué, que no es necesariamente lo que causó la lesión a simple vista. No te hundas. En este mundo de lo que no se ve, algunos obstáculos son más bien escalones. Salte un momento de la competencia sin límite y guarda un rato los tenis de alta velocidad en el clóset. No necesitas expandir el ego para encontrarte, necesitas encontrar el alma para expandirte”.

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