Pasaron cinco años, y no los cuatro de costumbre

, para que la humanidad se reencontrara en los Pero esta vez no fue como en aquel hermoso anuncio que González Iñarritu dirigió para Londres 2012. La pandemia impidió que los padres de los atletas estuvieran presentes con esos hijos suyos a los que hace no mucho llevaban de niños a entrenar.

La mejor publicidad es la que recordamos , porque nos llena de sentimientos y no por destacar los atributos de un producto. Lo mismo ocurre con el cine, las películas más memorables son las que nos hacen llorar. A pesar del plano secuencia y del Óscar de Birdman, 21 gramos (escrita por Guillermo Arriaga) , me parece una historia mucho más conmovedora.

“Dicen que todos perdemos 21 gramos de peso en el momento exacto de nuestra muerte. 21 gramos, el peso de cinco monedas de un centavo; el peso de un colibrí; una barra de chocolate. ¿Cuánto pesan 21 gramos?” , se pregunta Paul Rivers (Sean Penn) al final de la cinta, en alusión al peso del alma que abandona el cuerpo de una persona en su última exhalación.

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Un final inolvidable, tanto como varios de los acontecidos en Tokio , donde no fue casualidad que lo más grandioso hayan sido los abrazos. Una justa de la que, más que acordarnos de las medallas, recordaremos las celebraciones compartidas entre supuestos contrincantes; atletas que se t ropezaron y prefirieron estrecharse la mano que inculparse ; rivales que celebraron el récord del mundo del vencedor, las miradas que se alzaron agradecidas al cielo y aquellas que decaídas apuntaron con frustración al tartán.

Sí, las puertas del Olimpo no se abren para todos , pero tampoco cualquiera cierra en este escenario un capítulo de su vida con una ovación de sus competidores, tras dar el último salto de su carrera desde un trampolín de tres metros. Rommel Pacheco protagonizó ese otro final de película en plena final de clavados.

Varias veces me pregunté cuándo veríamos los mexicanos levantar los brazos a un compatriota en lo más alto. Pero estos Juegos Olímpicos fueron mucho más allá de las nacionalidades, se trataron de una cita de la humanidad. Porque la verdadera nacionalidad no se elige, pero la humanidad sí. Y eso es lo que hicieron estos atletas, ser humanos por encima de deportistas y geografías.

Nos queda la esperanza y la ilusión de brillar en la Ciudad de la Luz. Ahí resplandecerá El Tona, el carismático Buddy Holly del atletismo mexicano, con sus anteojos de pasta negra, esos que no se quita para correr, porque no ve bien, aunque yo estoy seguro que es también porque tan sólo pesan 21 gramos.

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