Cuando una multitud camina junta con el mismo rumbo, sin que nadie dirija sus pasos, y cuyos integrantes simplemente avanzan por el deseo genuino y la ilusión de llegar y congregarse en un lugar, es porque —muy probablemente— algo especial va a pasar allí.

Ayer que fui a Ciudad Universitaria a hacer las cuestas que venían en mi plan de entrenamiento, me tocó ver distintos grupos de estudiantes que se enfilaban a la zona de las islas de Rectoría.

Pude descubrir a varios jóvenes que, con el dorso de sus manos, pretendían protegerse del deslumbramiento, en fallidos intentos por apreciar el incipiente avance de la Luna en su esperada travesía para ocultar al Sol.

Foto: Josh Edelson | AFP
Foto: Josh Edelson | AFP

Tuve que atender una videoconferencia muy temprano, así que salí tarde a correr. A eso de las 10:30 am, apenas había terminado la última de las siete repeticiones en ascenso de los lunes, uno de los días más pesados de la semana, pero de los que más resistencia me generan. Las cuestas son fundamentales para que un corredor mejore su rendimiento.

Me dirigía a casa, cuando el ánimo de los universitarios me atrajo tanto que comencé a seguirlos. Nadie iba a estar en mi casa. Mis hijos sí habían ido a la escuela y mi mujer tenía cita en el salón de belleza. Si me encontraba en uno de los puntos más especiales para el avistamiento, no había razón para alejarme de ahí, así que decidí unirme al desfile para la contemplación del eclipse.

Como sociedad y colectivo, me parece que pocas cosas hay más emocionantes que formar parte de una gran procesión que va en búsqueda de un fin común. Y ahí íbamos todos, yo con mi playera sudada, mis shorts y mis tenis, entre una juventud ávida de reunirse para apreciar un fenómeno astronómico jamás visto por ellos, pues en 1991, cuando tuvo lugar el anterior eclipse, casi ninguno había nacido.

Éramos miles. Nadie tenía señal en sus teléfonos inteligentes, como suele pasar en los eventos donde hay tantas personas juntas. Escuché cómo varios se quejaban de que no subían las fotos que instantes antes habían tomado absolutamente maravillados, con la boca abierta, pues —incluso a esta nueva generación, tan apegada a la tecnología— lo que más puede impactarla y conmoverla es el propio asombro de nuestra humanidad, ante la espectacular magia de la naturaleza.

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