Con frecuencia, me pregunto si mi nombre podría aparecer en la lista de los que más tiempo han perdido en el mundo. ¿Cuántas horas de mi vida se me habrán ido en conversaciones insulsas y reuniones con gente que en realidad no deseaba ver?, ¿cuántos skypes y zooms inauditos?, ¿cuánto tiempo he literalmente tirado por el escusado mientras leo tuits, hilos y grescas de políticos y otros indeseables, en lugar de sentarme en el escritorio a empezar mi novela?

“Perdemos el tiempo lo mismo en discusiones bizantinas de trabajo, que con cafres a través del cristal del coche, en la ventanilla del banco o en interminables peleas maritales en la ventana del WhatsApp”, así comencé el recuento mental de los momentos desperdiciados durante mi salida a correr del domingo. Me tocaban dos horas de distancia, pero el sábado llevé a Regina —mi hija— al Corona Capital y, entre que nos la pasamos parados y los kilómetros que recorrimos de un escenario a otro, acabé exhausto.

No tenía demasiadas ganas de ir, pero la música me apasiona, y más si le emociona a mis hijos. Alguna vez quise ser músico, tuve mi grupo (y representé también bandas) y compuse canciones que el programador de moda nunca hizo sonar en la radio. De pronto, todavía me llegan melodías que enseguida tarareo en mi teléfono y se las mando a un amigo, quien les da vida mediante los instrumentos que toca. Qué ganas me dieron de tocarlas en vivo luego de que vimos a Tame Impala. “Let It Happen, let it happen (it’s gonna feel so good). Just let it happen, let it happen” (Deja que suceda), fue la canción que más me movió.

“Se nos va la vida en tonterías”, continué para mis adentros, ya cansado, a medio entrenamiento. “En filas, en borracheras, en TikTok, en el sillón de la tele. Incluso, quienes han tenido la fortuna de descubrir lo que verdaderamente aman, en trabajos que realmente no quieren”.

Si bien, yo no vine a este mundo específicamente a correr, cuando lo hago consigo casi siempre reconectar, reconciliarme y redescubrir aquello que me da sentido, lo que me hace sentir que aprovecho el tiempo y que no desperdicio mis días, lo que vale la pena: La escritura, la música, el amor que se esconde tras las trincheras.

Conforme reflexionaba, al otro lado del mundo mis amigos de la banda española de rockpop La Habitación Roja recibían un premio a su trayectoria. Jorge, el vocalista, apuntó en su discurso (que subió a Instagram): “Lo mejor que uno puede hacer por los demás y por sí mismo es intentar dedicarse a su pasión”.

Es hora de ser útil. Just let it happen.

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