Ante la caída abrupta de la aprobación presidencial —la real, no la publicada— y el descenso notable de las preferencias electorales por Morena, el régimen tenía dos opciones.

La primera: dar un golpe de timón, entender el enojo y la decepción de una gran cantidad de personas, y reformular muchas de sus acciones de arranque.

La segunda, radicalizarse y atrincherarse en sus resortes —no menores— de poder.

Está haciendo lo segundo.

Lejos de corregir, sancionar y renovar sus cuadros, el morenato optó por aplicar el manual de los gobiernos más autoritarios.

Asumió un discurso de reto y de confrontación. Se lanzó a la descalificación de manifestantes. Resultado: la desaprobación más alta de la presidenta hoy reside en la generación Z.

Adquirió una retórica nacionalista, casi patriotera, para generar la imagen de una asechanza externa.

Sacó del cajón a su líder fundador, exhibiendo la debilidad de la actual clase gobernante, para dirigir un mensaje a sus fieles, aunque reculando de su gira interminable por el país. ¿Por qué lo hizo? Porque el partido necesitaba un torniquete que frenara su hemorragia interna, en primer lugar, y porque una mayoría de personas rechazaba su retorno a la vida pública, considerándolo, como lo sería, una ofensa a la titular del ejecutivo.

Se recurrió a la movilización de masas que sólo tiene como destinataria a su base para mostrar unidad.

Hubo un evento de homenaje a las fuerzas armadas por su generosa participación en la atención a damnificados de las lluvias. El simbolismo tras la gratitud conllevaba un mensaje, justo después de que la manifestación del zócalo había sido reprimida.

En paralelo, se activó el rodillo legislativo para centralizar aún más el poder.

En lugar de renovar al gabinete político, que en los hechos es prácticamente inexistente, se movieron las piezas de procuración de justicia.

La reforma electoral irá para adelante para cerrar el círculo del control total de la institucionalidad del país y de control de la libertad.

El mensaje implícito es que no se irán por las buenas.

Vendrá un año tremendamente complejo y desafiante. Presiones externas. Una economía paralizada. El crimen organizado desafiante. Muchos gobernadores inútiles. Descontento creciente. Corrupción descontrolada. Barruntos de guerra civil dentro de las filas de Morena para definir más de 19 mil cargos públicos que se disputarán en 2027.

En lugar de recurrir a la alta política, convocar a la unidad nacional y tener claridad de objetivos estratégicos por cada uno de los desafíos, el morenato optó por cerrar filas y atrincherarse.

Y una trinchera sólo se requiere en un contexto.

La guerra.

@fvazquezrig

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