Para que México sea un país próspero debemos desactivar sus frenos.

Primero, demoler las barreras que favorecen la desunión entre gobierno y ciudadanos; pobres y ricos, el sur y el norte.

Sin unión, sin sinergia, no tendremos energía para despegar y seguiremos patinando.

Por otro lado, sin recursos financieros para activar la inversión y el consumo, jamás podrá dinamizarse la economía y nunca se crearán los millones de empleos necesarios para aumentar real y permanentemente los salarios.

No es previsible lograr ambas condiciones sin un cambio substancial de rumbo en lo político y en lo económico.

Sin embargo, no se visualiza la intención de las elites de destrabar esos frenos que han sumido a millones de personas en la precariedad.

Los actores políticos de las últimas décadas han sido incapaces de diseñar políticas públicas que movilicen a una población joven y aspiracionista a trabajar, ahorrar, invertir y crear, pero que han generado la proliferación de prácticas rentistas que exacerban la desigualdad enriqueciendo oligarcas.

El actual régimen no es la excepción y solo agrava lo que critica, con su incapacidad para habilitar a los más pobres para construir su futuro y sin dependencias.

Por otro lado, seguimos frenados por una madeja de ideas zombis en lo económico que detienen el consumo y la inversión, aumentan la pobreza y la desigualdad e impiden las inversiones de los que aún tienen la energía para emprender.

Desde hace lustros, los clichés llamados políticas monetarias y cambiarias, son un lastre para consumidores, empresas y emprendedores, al limitar el crédito productivo manteniendo una banca minúscula, rentista y cara que gana mucho sin prestar.

Este designio de Banxico para evitar riesgos y dizque combatir la inflación, infla la moneda con altas tasas de interés y dinero golondrino, favorece importaciones y desanima la producción nacional.

Sin unión de propósitos y sin recursos financieros suficientes y bien distribuidos, México no saldrá adelante, por más propósitos del gobierno y enunciados de las élites.

Ellos son los principales opositores —por ignorancia, por intereses, por incompetentes— a los cambios necesarios.

Desgraciadamente, solo unos pocos saldrán de este pantano en el que los de siempre detentarán las prebendas y favores y millones seguirán en la penuria.

El país es fuerte gracias a su gente, pero no hemos podido seleccionar dirigentes capaces. Es la herencia de las ancestrales hegemonías políticas y económicas.

Herencia que aumentará con su legado el presente régimen.

¿Puede esto cambiar? Claro que sí, muchos países lo han hecho, inclusive el nuestro en la época pre populista y pre tecnocrática, cuando administraban este país ciudadanos menos pretenciosos, menos dogmáticos, menos corruptos y con más amor a México. Algún día lo lograremos.

Empresario, fundador de la Asociación Nacional de Empresarios Independientes (ANEI).
ftd@katcon.com

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