Durante los últimos días, al revisar los diarios, he visto en las primeras planas, como todo mundo, los rostros muy sonrientes del presidente López Obrador y de su vocero para la manipulación de la pandemia, Hugo López Gatell, junto al recuento de los muertos por la pandemia y del naufragio económico del país. Inevitablemente, de primera intención, viene a mi memoria un poema del uruguayo Mario Benedetti: ¿De qué se ríe?

Exiliado de su patria debido al golpe de Estado de 1973, el cual prohibió la libertad de prensa y disolvió las cámaras de senadores y de representantes, Benedetti sigue siendo uno de los poetas latinoamericanos más populares. En su faceta política fue uno de los más citados y venerados por la izquierda. Fidel Castro lo acogió en La Habana, Nacha Guevara y Joan Manuel Serrat lo llevaron a los discos: “De que qué se ríe” y “El sur también existe”. El presidente suele parafrasearlo sin citar al autor.

¿De qué se ríen los López? Después de todo, diría Benedetti, “usted es el palo mayor de un barco que se va a pique”. Escrito para otra época y en contra de otra dictadura, lo dicho le cae como anillo al dedo al caso de México, como si el poeta viviera hoy aquí y acabara de presenciar el encuentro con Donald Trump: “usted conoce, mejor que nadie, la ley amarga de estos países/ ustedes duros con nuestra gente, por qué con otros son tan serviles”.

El barco que se va a pique es el décimo país más poblado del mundo, era en 2018 la décimo sexta economía más fuerte del planeta, tiene salida a dos océanos y la vecindad, lado a lado, con la economía más consumista del mundo. Pero el pensamiento mágico y supersticioso de sus gobernantes –que usan estampitas y tréboles de la suerte, creen en la Madre Tierra y en los aluxes- sentó las bases para el naufragio. Cuando llegó el coronavirus y la crisis económica internacional, México ya estaba en recesión económica y democrática.

¿De qué se ríen los López? En contra de la opinión de la Organización Mundial de la Salud, de la Organización Panamericana de la Salud y de todos los centros científicos de los países civilizados, se niegan a usar y recomendar el uso de tapabocas frente a la pandemia. En las últimas dos semanas, México se colocó en el cuarto lugar con más muertos por covid19, por debajo de Estados Unidos, Brasil e Inglaterra, con quienes comparte una característica: el populismo como forma de acción política. Al momento de publicarse este texto ya podría estar en tercer lugar.

México es el penúltimo país en la aplicación de pruebas de diagnóstico, quizá el único que no ha realizado una campaña nacional de radio y televisión para prevenir el contagio. Los funcionarios se han negado, sistemáticamente, a revelar las cifras reales de decesos. Hay, sin embargo, algunos indicios en la nota publicada por El Universal el 25 de julio: hubo un exceso de 71 mil 315 muertes de la semana epidemiológica 12 a la 26.

En este contexto, ¿por qué se ríen los López? Hay varias respuestas posibles. Por el egocentrismo que impide la empatía con los demás, aunque estén muriendo por miles. Por una visión demagógica que concibe a la sociedad como una masa útil o no: sólo es necesaria para ir a votar, previamente organizada y persuadida. O por el desprecio característico que sienten los dictadores por la sociedad y sus graves problemas.

Mussolini, otro personaje que suele ser citado por el presidente en su Palacio, decía que “la capacidad del hombre moderno para la fe es ilimitada. Cuando las masas son como cera en mis manos, cuando agito su fe… me siento como parte de ellas. Sin embargo, persiste en mi cierto sentimiento de aversión, como siente el escultor con la arcilla que está moldeando”.

También es posible que todo sea resultado de la maldad. Esa maldad que hoy adopta en la vida política, como bien nos advierten Zygmunt Bauman y Leonidas Donskis, “la apariencia de la bondad y amor”. Un veneno letal que, subrayan, se nos presenta engañosamente como un antídoto salvador contra las propias adversidades de la vida.

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