La senadora morenista Minerva Citlalli Hernández Mora, representante de la ciudad de México, ha dicho “con mucha responsabilidad -según su propia valoración- que la militarización sería abrir la puerta para la instauración del fascismo en nuestro país”. Tiene toda la razón, tanto como la tiene el multimillonario Manuel Bartlett Díaz: “es dejar al presidente y su ejército libres, sin ningún coto. La voluntad de Estados Unidos es que el ejército cuide sus empresas”.

Hernández Mora y Bartlett Díaz, entre decenas de miembros de la élite del partido Morena, aseguraban que esas eran sus convicciones. Digo eran porque el lunes pasado, 11 de mayo, el presidente decidió militarizar el país, traicionando lo que decía que eran sus principios. El hecho de que hayan dejado el zurrón y adopten pieles nuevas, indica que serán capaces de defender una militarización que va mucho más allá de lo imaginado en los gobiernos del pasado. La nueva élite será incapaz de contradecir a su jefe político.

En efecto, la militarización es una característica del fascismo, la más llamativa, pero no es la única ni la más importante. De hecho, ya tenemos muchas etapas avanzadas. Robert O. Paxton, en Anatomía del fascismo, puntualiza: “Ningún régimen era auténticamente fascista sin un movimiento popular que le ayudase a conseguir el poder, a monopolizar la actividad política y a desempeñar un papel importante en la vida pública con sus organizaciones paralelas después de llegar al poder”. Los Siervos de la Nación es la más notoria de las organizaciones de control político.

En realidad, el fascismo modificó el ejercicio de la ciudadanía, que pasó del goce de los derechos constitucionales a la participación en ceremonias multitudinarias de afirmación y conformidad. Eso son las consultas populares de López Obrador para cancelar el nuevo aeropuerto de la Ciudad de México, para construir el Tren Maya o impedir la construcción de una cervecería en Baja California. La masa es utilizada para quitarle toda responsabilidad del líder y obtener resultados prefijados, acordes a los prejuicios del presidente, por venganza o por mero ejercicio de un machismo político.

Mussolini y Hitler no fueron los únicos fascistas de su época, fueron los que más tiempo duraron en el poder y llevaron al fascismo a sus extremos, especialmente en Alemania. Paxton explica que no fueron tampoco todopoderosos y universalmente obedecidos en los territorios bajo su mando, sino que tuvieron que hacer alianzas con otros grupos de poder y administrar las diferencias y los pleitos entre sus cercanos. Aunque se afanaron en la construcción de su imagen, perdieron estrepitosamente la confianza de las masas en cuanto dejaron de dar resultados. Extrapolando, López Obrador llevó a la recesión la economía y, antes del coronavirus y de la crisis por la caída de los precios del petróleo, perdió más de 20 puntos de aceptación en casi todas las encuestas fiables.

Además, el Jefe del Ejecutivo, en sus conferencias mañaneras, ha hecho referencia tanto a Mussolini como a Hitler e incluso ha citado a Goebbels, el ministro de propaganda nazi. En su discurso cotidiano incluye las palabras que tanto le gustaban a los fascistas como

movimiento, regeneración -unidas en el nombre de su partido político-, purificación de la sociedad, revolución de las conciencias, el hombre nuevo, cambio de mentalidad. Incluso su discurso está construido con eufemismos que casi siempre significan lo contrario de lo que quieren decir.

Los gobiernos fascistas no eran necesariamente dictaduras totalitarias. Los autoritarios, señala Paxton, prefieren dejar a la población desmovilizada, mientras que los fascistas tienden a hacer participar al público y a movilizarlo… y de muy buena gana se embarcan en programas de seguridad social.

Los fascistas no inventan los mitos y símbolos que componen la retórica de sus movimientos, sino que eligen aquellos que se adaptan a sus objetivos dentro del repertorio cultural de la nación. Ya hemos visto cómo la virgen de Guadalupe es uno de los mitos principales en Morena; otro es que en 2006 el PRIAN se robó la Presidencia de la República.

En resumen, la militarización es sólo la cereza del pastel en un gobierno que ya tiene muchas prácticas fascistas.

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