Tenían razón quienes decían que López Obrador era un peligro para México. Los pésimos resultados de su gobierno así lo confirman en todos los aspectos: económico, político, social. Con el país hundido y las elecciones en puerta, el presidente ha emprendido una campaña de distracción y venganza política. No le gustó perder todo en las elecciones pasadas en Tamaulipas y ahora va por la destitución del gobernador. No le gustó que se conocieran las verdaderas pérdidas de la cancelación del aeropuerto de Texcoco y va por la cabeza del Auditor Superior de la Federación.

El presidente no necesita razones para consumar su venganza, tiene la fuerza bruta de su mayoría artificial en la Cámara de Diputados. En efecto, puede hacer lo que quiera, lo mismo aprobar reformas legales anticonstitucionales que cortarle la cabeza a un gobernador electo por sus paisanos y al Auditor nombrado por el legislativo. El viejo autoritarismo y el poder metaconstitucional del presidente están reconstruidos y alcanzan el nivel que tuvo primero Plutarco Elías Calles, para mandar incluso sobre el propio presidente en funciones, y luego con Lázaro Cárdenas del Río, verdadero creador del sistema político que gobernó 50 años.

El primer mandatario tiene muy buenas razones para intentar distraernos de su fracaso. Veamos algunos datos de su gobierno: 820 mil empleos perdidos, entre 8 y 10 millones pasaron de clase media a la pobreza; aumentó como nunca la desigualdad social: 8%. La pandemia superó los 180 mil muertos. Tres veces el escenario “muy catastrófico” previsto por el gobierno. Las irregularidades en el gasto público superaron en el primer año los 67 mil 498 millones de pesos. La cancelación del aeropuerto de Texcoco provocó pérdidas por 331 mil millones, pero se podrían perder otros 168 mil millones porque 70% de los bonos sigue en manos de particulares. La inversión privada cayó 32%, la peor en 25 años. Al cierre de diciembre, más de un millón de microempresas y negocios bajaron las cortinas. En contraste, las 1000 fortunas mayores ya recuperaron el nivel que tenían antes de la pandemia, de acuerdo con Oxfam. 3 millones 358 mil personas trabajan sin salario, solo esperando las propinas.

La embestida contra el Auditor y el gobernador es la segunda tanda de la cacería de brujas. La primera fue el caso Emilio Lozoya, cuya libertad llegó acompañada de la devolución de sus casas y de sus sobornos, para que acusara a otros políticos –de la oposición, claro- de corrupción. Al presidente no le importa la justicia sino el espectáculo que le pueda rendir frutos electorales.

En este gobierno la verdad ha muerto. Al presidente ya no le queda el mejor sentido de la decencia pues ha hecho de la mentira una política de Estado. Al doblar la Auditoría Superior de la Federación y obligarla a rectificar sus cifras, ilustra lo que ocurrirá a quienes se atrevan a ofrecer datos distintos a los suyos. Pero ni así logrará evitar que la cancelación del aeropuerto de Texcoco pase a la historia como el primer gran error de su gobierno, el principio de la debacle que, sin virus, nos llevó a la recesión económica en el primer año de su administración. La criminal de la gestión de la pandemia sólo agravó la situación creada por la pésima administración, sujeta a los caprichos y a los prejuicios ideológicos.

El ataque contra el gobernador de Tamaulipas ocurre mientras el presidente llama a un acuerdo político. Su carta es únicamente un recurso retórico. Es una simulación que pretende ocultar que estamos ante una elección de Estado. Si fuera verdad lo que propone, bastaría con que él dejara de hacer todo lo que hace para comprar votos y debilitar al INE y al Tribunal Electoral. Es una manzana envenenada y tramposa. Él es el jefe de campaña de su partido, el gran elector de sus candidatos y el sostén económico del ejército electoral de Morena, los Cuervos de la Nación.

El presidente quiere las cabezas del Auditor y del gobernador entre tus trofeos de caza, pero lo que realmente le interesa es conservar su predominio en la Cámara de Diputados, para hacer y deshacer a su antojo. México vive tiempos peligrosos: la incompetencia se mezcla con la corrupción, la ideología ahuyenta inversiones y el uso electoral de la vacuna provoca muertes que pueden evitarse. El presidente piensa que el país es un rancho de su propiedad. Cree que el presupuesto público es dinero de su bolsillo. Y hace con ellos lo que se le da la gana, sin rendir cuentas a nadie. Y cualquiera que revele otros datos merece un castigo.

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