En estos tiempos, en los que se firman acuerdos internacionales sin leerlos previamente, vale la pena tener presente la advertencia de Alexander Hamilton (1757-1804): “aquellos países que no puedan dotarse de un buen gobierno estarán condenados a la decadencia y la disfunción”. ¿Es mucho pedir un gobierno capaz? ¿Deberíamos tener, como lo tuvo China hace 1,300 años, un sistema de exámenes con el fin de encontrar a los más capaces para desempeñar los cargos más altos del gobierno?

La advertencia y la pregunta son pertinentes en todo momento, pero lo es aún más al cumplirse el improductivo primer año de un gobierno populista que privilegia la lealtad y la obediencia por encima de la capacidad, que desprecia el conocimiento técnico y la experiencia, que confía en el pensamiento mágico y el voluntarismo para enfrentar los problemas del país, que pide permiso a la Madre Tierra para construir infraestructura e incluso quiso llevar a la Suprema Corte de Justicia de la Nación las bondades de la energía cósmica y la semiología de la vida cotidiana.

Desde luego, hay que reconocer que el Jefe del Ejecutivo ha tenido éxito en la conquista del poder por el poder en sí mismo: se ha apoderado de los principales contrapesos políticos construidos en el presente siglo. En ese lapso, ha cometido los peores errores estratégicos, como derrumbar la economía y dejar hacer-pasar al crimen organizado, pero goza de una confianza popular todavía mayoritaria, lo cual, por cierto, no es un fenómeno nuevo ni extraño, sino una característica propia de los regímenes totalitarios.

El Jefe del Ejecutivo está en una campaña permanente y, de acuerdo con algunas encuestas, el 50 por ciento de la población piensa que lo hace porque buscará reelegirse. “Los movimientos totalitarios, como explicó Hannah Arendt, sólo pueden hallarse en el poder mientras estén en marcha y pongan en movimiento todo lo que hay en torno a ellos”. Ejemplifica con los casos de Stalin y de Hitler, señalando que ninguno hubiera sobrevivido a las intrigas “de no haber contado con la confianza de las masas”.

A la luz de los resultados, podemos reducir que la campaña permanente no le ha dado tiempo de gobernar y tampoco de elegir serenamente a sus colaboradores. No tiene empacho en confesarlo. El 13 de agosto pasado afirmó: “Yo tengo que echar mano de instituciones y de servidores públicos honestos, porque eso es lo principal; 99 por ciento es honestidad, uno por ciento es capacidad”. A continuación mostró un proverbial desprecio por el conocimiento, los estudios y la experiencia, iniciando así un camino que meses más tarde lo llevaría a llamar “patitos” a las grandes universidades del mundo, donde se graduaron muchos de los tecnócratas que gobernaron en el pasado y algunos de los populistas que integran la nueva élite del poder.

Tres meses después, el 29 de noviembre, al nombrar a un miembro de su guardia civil personal como director de la Agencia de Seguridad, Energía y Ambiente (ASEA), indicó: “Si hablamos en términos cuantitativos, (valoro) 90 por ciento honestidad, 10 por ciento experiencia. ¿Cómo la ven?” Aunque había sido rechazado cinco veces en el Senado, Ángel Carrizales, dijo, “pasó la prueba en Presidencia y resulta que a mí me toca nombrarlo”.

Ambos ejemplos indican que con el actual presidente no podemos esperar un gobierno capaz. La administración pública será de fanáticos y, en las actuales circunstancias, parece que sí es mucho pedir un gobierno profesional. Las prioridades son político electorales y la tarea fue muy bien descrita por Arendt y aplica exactamente al momento actual:

“Mientras los mantenga unidos, los miembros fanatizados no pueden ser influidos por ninguna experiencia ni por ningún argumento; la identificación con el movimiento y el conformismo total parecen haber destruido la misma capacidad para la experiencia, aunque esta resulte tan extrema como la tortura o el temor a la muerte”.

Por eso, el gobierno derrocha cientos de millones de pesos en 100 universidades patito sin exámenes de admisión, sin rigor académico y sin posibilidad de que sus egresados encuentren trabajo: simplemente están ahí para ser adoctrinados y, en su caso, para ser utilizados como grupos de choque, dentro o fuera de los fascistas comités para defender la 4T.

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