La violencia en México no cesa. Se ha convertido en un cáncer que ha carcomido lo más profundo de nuestra vida. Llevamos por lo menos dos décadas de lucha incesante entre las fuerzas del Estado, los grupos de la delincuencia organizada y otros grupos armados motivados por diversas causas (las autodefensas, por ejemplo); que se disputan el control de regiones enteras del territorio nacional.

Desde Fox hasta López Obrador, la pacificación se ha quedado en una buena intención. Pero hoy, la situación es particularmente crítica por el avance, poder y violencia de los criminales. En 3 años de gobierno se contabilizan 100 mil homicidios dolosos, lo que es prácticamente setenta por ciento más de lo registrado en los primeros tres años del sexenio de Felipe Calderón.

La Secretaria de Seguridad Ciudadana, Rosa Icela Rodríguez, dice que la estrategia de no confrontación, los famosos “abrazos, no balazos”, ha sido un éxito. Pero el Observatorio Nacional Ciudadano de Seguridad, Justicia y Legalidad dice lo contrario: “las condiciones de gobernabilidad en México se han deteriorado durante los últimos tres años”. Ahora tenemos más violencia, más impunidad y menos instituciones de seguridad para enfrentar la crisis de violencia, sostiene la organización.

Como nunca antes, en el presente sexenio se han desplegado más de 200 mil elementos de la Guardia Nacional y de las Fuerzas Armadas en todo el territorio nacional, de acuerdo con cifras oficiales. ¿Pero dónde está el cambio sustancial?, ¿de qué ha servido la presencia de más elementos de seguridad en las calles?, ¿qué ha motivado un despliegue de esta naturaleza, si los elementos tiene la instrucción de no entrar en enfrentamientos?

Lo cierto es que la responsabilidad del Estado, de garantizar la seguridad y la aplicación de la ley, es ineludible, aunque algunos piensen lo contrario. Los niveles que hoy experimentamos se encuentran en un punto alarmante. Los feminicidios, los secuestros y las extorsiones han aumentado por lo menos en un cincuenta por ciento, en relación con el sexenio anterior. Efectivamente, como dice el Observatorio y no la Secretaria Rosa Icela, la violencia sigue fuera de control.

Pero no podemos negar que algo ha faltado o ha fallado en la estrategia de los gobiernos anteriores, pues la pacificación tampoco llegó. Aunque los grupos de la delincuencia organizada han sido perseguidos, nada parece impedir su reagrupación o la formación de nuevos. La impunidad con la que actúan, por el contrario, parece ser la constante. Las alertas de viaje a México que emiten países como Canadá, Estados Unidos y Francia confirman el riesgo y lo peligroso de la situación.

Entonces, ¿qué camino seguir para ponerle un alto a la violencia en el país? Algunos expertos dicen que vale la pena seguir los casos de éxito en otras naciones, cuya combinación de estrategias ha permitido frenar sustancialmente los niveles de violencia. Otros incluso hablan de la cooperación internacional para salir del problema. En ambos casos se cree que es bueno considerar la ayuda externa.

México esta sumergido en una profunda y añeja crisis en este terreno, que ningún gobierno ha podido solucionar. Llevamos 20 años inmersos en una zanja que ha costado la vida de miles de personas. Pero en estos momentos negar la realidad parece ser la mejor salida, de quienes están a cargo de las decisiones.

Es momento de cambiar la óptica y tomar en serio la terrible situación que hemos venido viviendo en las últimas dos décadas, para encontrar una solución. Juntar al mejor equipo, que incluya a la gente más experimentada de los últimos 3 sexenios, haciendo a un lado toda fobia partidista. Retomar las prácticas que han servido y erradicar por completo lo que ha significado tropiezos. Enfrentar lo peor con lo mejor que tenemos.

Sólo así podremos salvar a México de este cáncer que lo consume día con día.

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