Una mala noticia que nadie quiere escuchar es “tienes cáncer”. Pero un día cualquiera, una persona cualquiera, un mexicano de a pie, la recibe. El miedo asoma a sus ojos y derrama lágrimas impotentes. Es uno de los 200 mil casos que se diagnostican cada año y sabe que tiene pocas esperanzas. Además, está amenazado por la tercera ola de Covid, incluso si recibió sus dos dosis. Si es un ciudadano informado, sabe también que cuando iban 210 mil muertos por la pandemia, 190 mil se hubieran salvado si el gobierno hubiera actuado con responsabilidad.

La posibilidad de sobrevivir depende, en parte, del nivel que ocupe en la pirámide social. No todos los casos de cáncer son una sentencia de muerte ni basta el dinero en abundancia para vencerlos. El diagnóstico y la atención a tiempo juegan un papel fundamental, pero el sistema de salud pública está colapsado por un capricho presidencial: concentrar la compra de medicinas e insumos en la Secretaría de Hacienda. De ahí partió el caos que hasta la fecha parece insoluble.

Quizá ese mexicano o mexicana forme parte de los 15 millones que perdieron el acceso a la salud por la ocurrencia presidencial de suprimir el Seguro Popular, simplemente porque lo implementaron gobiernos panistas. En esa condición, su esperanza de sobrevivencia disminuye drásticamente. Si tiene algo de suerte, sería parte del 45 por ciento (56 millones) con afiliación al IMSS, el ISSSTE, a la Secretaría de Marina, la Secretaría de la Defensa o algún otro organismo estatal. En todo caso, sólo el 2 por ciento de la población cuenta con un seguro privado de gastos médicos mayores.

Pero lo peor de todo es que a lo largo de casi tres años, el gobierno que presume de humanista ha demostrado, por el contrario, un desprecio olímpico por la vida de la gente. La criminal gestión de la pandemia es el ejemplo más notorio, pero no es el único. La escasez de medicinas para niños con cáncer, la falta de vacunas para los recién nacidos, la cancelación de tratamientos para mujeres con cáncer de mama, la disminución de consultas médicas, todo ello, corre parejo con las muertes silenciosas y desconocidas que van dejando la suspensión de 600 mil cirugías y de análisis de laboratorio en los hospitales públicos.

Excepto en la élite, en el caso del enfermo de nuestro ejemplo, la familia –la esposa o el esposo, los hijos, los hermanos- harán todo para intentar salvarlo. Incluso si gozan de afiliación, por decir, al Seguro Social, venderán lo poco que tienen, se endeudarán con un usurero, sacarán su ahorro de sus afores, e irán a un hospital privado porque los públicos son un desastre. La enfermedad empobrecerá a buena parte de la familia. Todos han oído o saben de algún modo que en los hospitales públicos no hay reactivos para los análisis, no hay equipo en los quirófanos, no hay medicinas para las quimioterapias. Así, el gobierno que ofrece salud para todos, en realidad contribuye a privatizar la salud.

Así lo hicieron, el año pasado, 4 millones 825 mil 505 hogares, para enfrentar la pandemia del Covid19, de acuerdo con el INEGI. En otras palabras, también en materia de salud los mexicanos estamos solos. Este gobierno empezó disminuyendo el presupuesto de salud en 2019. Después se apropió del presupuesto para gastos catastróficos, como los tratamientos contra el cáncer, porque su objetivo es garantizar dinero para sus obras faraónicas: el aeropuerto de Santa Lucía, el Tren Maya y la Refinería de Dos Bocas. El gobierno no quiso gastar en pruebas para diagnosticar y vigilar la pandemia de Covid. Asumió en los hechos la postura de “que se muera quien se tenga que morir”.

El sistema de salud pública está colapsado. Han ocurrido más de medio millón de muertos por la criminal gestión de la pandemia. Y seguirán acumulándose porque el presidente ha decidido que los niños regresen a clases, pero se niega a vacunarlos. De la misma manera, se niega a una tercera aplicación de vacunas como refuerzo. Desde su perspectiva se trata de un engaño de las farmacéuticas para venderle más vacunas. Su mezquindad no tiene límites y miles seguirían muriendo. Al él sólo le importa acumular poder.

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