Entre las tendencias perjudiciales para una economía sólida, la más seductora y… venenosa es la de centrarse en la distribución. Del vasto incremento que ha experimentado el bienestar de cientos de millones de personas en los 200 años transcurridos desde la revolución industrial, no hay casi nada que pueda atribuirse a la redistribución directa de los recursos de los ricos a los pobres. La posibilidad de mejorar las vidas de los pobres mediante nuevas formas de distribuir la producción actual no es nada en comparación con el potencial aparentemente ilimitado que posee el aumento de la producción” (Robert Lucas, 2003, The Industrial Revolution: Past and present, Federal Reserve Bank of Minneapolis, 1 de mayo de 2014).

Siempre será un dato curioso que una disciplina con aspiraciones de ciencia, la economía dominante, haga descansar buena parte de su estructura en afirmaciones polémicas o, como en el caso del epígrafe del ido Robert Lucas, en abiertas mentiras.

Por fortuna, vivimos un momento de gran brillo intelectual de las y los heterodoxos para pensar, y actuar, por fuera de la ortodoxia, como invita a hacerlo Mariana Mazzucato. De tiempo atrás, John K. Galbraith, aquel genial “escribidor de economía”, como gustaba autodefinirse, puso las cosas en claro: “El único plan eficaz para reducir la desigualdad de rentas inherente al capitalismo es el impuesto progresivo sobre la renta” (Galbraith, 2011, La cultura de la satisfacción. Los impuestos, ¿para qué? ¿Quiénes son los beneficiarios?, Ariel, Barcelona: p. 203). Pues bien, la discusión, medición y superación de la desigualdad socio económica que, en nuestro país es de las más grandes del planeta, debe encontrar un sitio en el debate electoral que, con todos los amagues y vueltas y revueltas a las normas, ahora sí está por iniciarse.

Desde el comienzo de su larga carrera opositora con aspiraciones presidenciales, el Licenciado Andrés Manuel López Obrador ha insistido en que con el decreto presidencial de la desaparición de la corrupción aunado a grandes y amargas dosis de austeridad, se le otorgarán al Estado mexicano la soberanía y fortaleza financieras que hagan posible el desarrollo y el bienestar de los mexicanos. Mala suerte: no ha sido así, ni bajo la calenturienta ocurrencia de alcanzar el desarrollo sin crecimiento, tema recurrente de su ritual matutino.

Muy bajo han caído las aspiraciones presidenciales si, como lo ha anunciado, AMLO entregará la banda presidencial junto con un curioso legado oral: iMisión Cumplida! Con independencia de las libertades de interpretación de cada quien, el primer piso de la 4T está reprobado en seguridad, en salud y en educación, pilares del intercambio entre gobernante y gobernados; esa no acreditación, sin embargo, no mejora las posibilidades, aparentemente renovadas, de los perpetradores del Pacto por México ni de la tercera, testimonial, candidatura. ¿El PRI de “Alito”, el PAN de Marko y lo que queda del PRD (tres Chuchos y un Guadalupe incapaz de obrar milagros), son mejores que en el 2018?, ¿en qué? Flaca calidad intelectual la de una campaña enderezada en el propósito de evitar.

Las grandes interrogantes gravitan alrededor de la figura de la aspirante morenista que, posiblemente por estrategia tranquilizadora del irascible líder, ha afirmado  que no habrá reforma fiscal frente a la evidente injusticia que se ha ventilado este año, hasta en Davos, Suiza, en un foro que suele ponerse al servicio de las élites económicas y políticas del mundo. Ahí, y gracias al esfuerzo de OXFAM, se mostró que 14 milmillonarios (en dólares, but of course, y mayoritariamente enriquecidos por concesiones gubernamentales), se apropian de la mayor parte del ingreso nacional y que el primero en la lista, Carlos Slim, acumula más riqueza que los 13 que le siguen, juntos, y que es el hombre más rico de América Latina y El Caribe.

De paso, se hizo público que el mismo sujeto se opone a la reforma que llevaría a las y los trabajadores protegidos por la Ley Federal del Trabajo a laborar 40 horas a la semana y a disfrutar de dos días de descanso. No sabemos cuántas horas trabaja este ingeniero; ni siquiera sabemos si trabaja, pero a estos 14 y a varias decenas más les debe llegar la hora de una cuasi confiscatoria imposición progresiva. ¿O no?

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