En memoria de Francisco Carmona Plascencia, joven colega de la UNAM que se nos adelantó sin pedir permiso. Muy lamentable.

“Pero si bien Estados Unidos muchas veces no ha practicado lo que predica, ahora no hace ni una cosa ni la otra. El presidente Donald Trump y el Partido Republicano se han encargado de ello” (Joseph Stiglitz, 28/07/25, La valiente postura de Brasil contra Trump, Project Syndicate, p. 1).

La extraordinaria persuasión de Alexander Hamilton, y su célebre INFORME SOBRE LA INDUSTRIA, presentado el 5 de diciembre de 1791 a la Cámara de Representantes de los Estados Unidos de América, construyó el origen de una sólida política industrial en lo que entonces era la apología práctica de la fisiocracia en un espacio que, por las buenas o por las otras, se liberó de la pesadísima carga de la renta de la tierra, que tanto deprimiría a David Ricardo pocas décadas después.

Merece otro espacio evaluar los métodos empleados por los EUA para expandir su territorio, a costa de las poblaciones originarias y de… México. Aquí, lo relevante es el triunfo de Hamilton sobre Benjamín Franklin y otros Padres Fundadores (todos esclavistas), en el propósito de promover la industrialización del país y, de paso, convertirlo en una nación estructuralmente proteccionista:

“Con el propósito de [formarse] un mejor juicio de los medios a los que habrán de recurrir los Estados Unidos, será útil referirse a los que han sido empleados con éxito en otras naciones. He aquí los principales:

IMPUESTOS PROTECCIONISTAS: IMPUESTOS SOBRE LOS ARTÍCULOS EXTRANJEROS QUE COMPITEN CON LOS ARTÍCULOS NACIONALES QUE HAN DE SER FOMENTADOS.

La conveniencia de esta clase de fomento es un tema sobre el cual no debe extenderse, ya que no sólo es el claro resultado de innumerables asuntos que se han sugerido, sino que, además, se encuentra sancionado en las leyes de los Estados Unidos en diversidad de casos; asimismo, tiene la ventaja de ser una fuente de ingresos (…)” (Alexander Hamilton, 1791, Informe sobre la industria, en Daniel J. Boorstin (compilador), 1997, Compendio histórico de los Estados Unidos. Un recorrido por sus documentos fundamentales, FCE, México, p. 161.

Lo que siguió después, como un punto de inflexión en la historia estadounidense, fue una creciente confrontación entre un Norte incipientemente industrial y, por ello, proteccionista, contra un Sur rural y librecambista. En este punto, suele incurrirse en una confusión clave: la de percibir a la Guerra Civil (1861-1865) como el estallido de hostilidades entre abolicionistas y esclavistas, cuando Lincoln firmó la abrogación de la esclavitud en 1863; en realidad, fue un conflicto armado entre proteccionistas y librecambistas, después del cual el país experimenta un desarrollo sostenido hasta convertirse en la potencia industrial planetaria antes de la Gran Guerra.

Las lecciones de Hamilton llegaron, también, a la versión propedéutica de lo que sería Alemania, y aprovechadas por el enorme Federico List: “Fue esta necesidad la que indujo a constituir aquella agrupación privada de cinco a seis mil industriales y comerciantes alemanes, en el año 1819, en la Feria de primavera de Francfort (SIC) del Maine, señalándose como objeto, de una parte, la supresión de todas las aduanas interiores alemanas, y de otra, la fundación de un sistema común alemán para el comercio y las aduanas (el Zollverein)” (Federico List, 1942 [1841], Sistema Nacional de Economía Política, FCE, México, p. 116). Esta integración enfrentó problemas mayúsculos: “… porque los 38 estados alemanes eran completamente independientes después de 1815 y estaban en libertad de adoptar sus propios sistemas arancelarios” (Sidney Dell, 1965, Bloques de comercio y mercados comunes, FCE, México, p. 23).

En el ánimo de Alexander Hamilton y, también, en el de Federico List, las barreras arancelarias operarían como protectoras de las industrias infantas, incapacitadas para competir con industrias extranjeras exportadoras. Un ánimo plausible e indispensable, además de inspirador de grandes procesos de industrialización sustitutiva de importaciones (ISI), como, durante el siglo XX, experimentaron algunas, las más dinámicas, economías de América latina (no hay error; con Braudel, pongo latina con minúscula porque así debe escribirse ese interesado invento de Luis Bonaparte).

Un fenómeno, aparentemente relacionado con este surgimiento de las políticas industriales, es el que hoy implementa Donald Trump violentando todas las normas disponibles, dentro y fuera de su propio país. Veamos: Aunque con una ubicación peculiar, hasta el sexto capítulo de la primera versión del TLCAN, los signatarios del instrumento establecen: “Artículo 601. Principios 1.- Las partes confirman su pleno respeto a sus constituciones

(1994, Tratado de Libre Comercio de América del Norte. Texto Oficial, SECOFI/Miguel Ángel Porrúa Grupo Editorial, México, p. 219).

Se entiende que tal respeto se establece en relación con las versiones de las constituciones correspondientes al año de la firma, 1994. El asunto viene a cuento por la usurpación de facultades del Congreso de los EUA, perpetrada por el presidente Trump, con apoyo en una supuesta emergencia económica nacional: el déficit comercial; la <<emergencia>> es la norma: los Estados Unidos han estado en una situación deficitaria por mucho, muchísimo más tiempo que el correspondiente al superávit. Al respecto, la Sección 8 del Primer Artículo de la Constitución de aquel país, establece:

El congreso tendrá facultad para establecer y recaudar contribuciones, impuestos, derechos y consumos; para pagar las deudas y proporcionar los medios para la defensa común y el bienestar general de los Estados Unidos; pero todos los derechos, impuestos y consumos serán uniformes en todo el territorio de los Estados Unidos;

Para contraer empréstitos a cargo del crédito de los Estados Unidos;

Para reglamentar el comercio con las naciones extranjeras, entre los diferentes estados y con las tribus indias” (Boorstin, op. cit., p. 88). Los aranceles, hay que insistir en ello, son impuestos y su eventual establecimiento es responsabilidad del Congreso y no del Poder Ejecutivo.

El valiosísimo instrumento que, no en soledad -sino con el apoyo de brillantes economistas como William Barton y Tenche Coxe-, puso en operación Hamilton e ilustró a List, consiste en una especie de arma fina y eficaz, que se convierte en devastadora puesta en manos de un subnormal que, de paso, la emplea violentando su propia Constitución y la reglamentación comercial global y regional. Antes de celebrar algún <<acuerdo>> alcanzado con él, vale la pena ponerse a buscar a alguien que le crea.

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