“El universo y la estupidez humana son infinitos. Del universo, no estoy seguro”.
-Albert Einstein.
 

La parálisis económica que acompaño a la pandemia durante sus 4 primeras oleadas, aunada a la decisión del Partido Comunista chino de alcanzar la meta de cero covid, arrojaron la progenie lamentable de la inflación por embotellamientos en la estructura de provisión que descansa en el reparto global de los distintos eslabones de las más dinámicas cadenas productivas

El optimismo desbordado con una globalización centrada en el economicismo neoliberal, con una financiarización que separa a la economía productiva de la nominal, y con una desregulación de los sistemas económicos tan contagiosa como el SARS COV-2, son circunstancias que impidieron la construcción de previsiones ante una pandemia que ya anunciaba su aparición desde los amagos experimentados durante 2003 y 2009. La separación geográfica de insumos y factores productivos dificultó el eslabonamiento hacia atrás de las más diversas manufacturas cuando se presentó alguna falla en cualquier centro de suministro. 

El hecho que define a la inflación como un desequilibrio en el que la demanda supera a la oferta, D > Z, tiende a producir una confusión que llega hasta el diseño institucional. La confusión consiste en suponer que ese desequilibrio se origina siempre en el crecimiento de la demanda, a la que se intenta disminuir con el encarecimiento del crédito, con la elevación de las tasas de interés; la inelasticidad de la oferta, característica de economías atrasadas, no forma parte de la conceptualización convencional de la inflación ni mucho menos de la política para superarla. 

Durante el periodo más intenso de reformismo neoliberal, en los años noventa del siglo pasado, se proporcionó autonomía a la mayor parte de los bancos centrales y, además de muchas prohibiciones, un solo mandato: mantener la estabilidad de precios. Resulta obvio que al asignar a la autoridad monetaria esa tarea, los poderes ejecutivo y legislativo se inscribieron en una sola percepción, monetarista, de la inflación e ignoraron la posibilidad de encontrar el origen de esas espirales de la elevación de precios en la economía productiva. 

Si se analiza con detenimiento el proceso inflacionario en curso, la explicación que descansa en el crecimiento del stock monetario carece de pertinencia y las medidas convencionales, de encarecimiento del dinero, de eficacia. Al intentar darle visibilidad a sus empeños por cumplir con el mandato antiinflacionario, las autoridades monetarias han decidido elevar las tasas de interés entorpeciendo la recuperación económica post pandemia. 

Las lecciones son variadas y comienzan por mostrarnos la enorme vulnerabilidad de la especie humana y el grado de irracionalidad que acompaña a no pocas decisiones, hoy evidentes en la disciplina que –cargada de soberbia- se auto percibe como una ciencia. La inquietud que produce esta primera lección se agranda ante el carácter fundamental de la incertidumbre, que de manera tramposa se ha pretendido identificar con riesgo, actuarialmente mensurable y prevenible. En el corazón de la Gran Recesión, que arranca en 2007, este engaño tomó un sitio protagónico y no se le quiere expulsar del escenario. Saber que no sabemos y no podemos saber cómo será el futuro, es una guía útil para actuar con más humildad intelectual y con mucha mayor prudencia. 

La pandemia (y la guerra) nos obsequió una espiral inflacionaria estructural y duradera; nuestra propia torpeza se está esforzando por obsequiarnos una nueva recesión. Vale la pena preguntarse, ¿quién se beneficia? 

Profesor de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM, México)
fjnovelo@correo.xoc.uam.mx


 

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