“Lo primero que se necesita es una educación nacional efectiva de los hijos de la clase trabajadora, y coincidiendo con ella, una serie de medidas que hagan desaparecer (como la revolución lo hizo en Francia) la extrema pobreza durante una generación entera“(John Stuart Mill, 1985, Principios de economía política, FCE, México, p. 338).

Desde 1982, en el comienzo del gobierno de Miguel de la Madrid, se estableció el Programa Inmediato de Reordenación Económica (PIRE, que duró todo el sexenio) y que, por primera vez durante el llamado régimen de la revolución mexicana, cambió la prioridad del crecimiento por la de la estabilidad de precios.

El derrumbe de los precios internacionales del petróleo, que se llevó entre las patas al Plan Global de Desarrollo 1980-1982, las alucinantes dimensiones del endeudamiento y de la inflación, y el voluntario sometimiento del nuevo gobernante al capital financiero doméstico y de fuera, hicieron posible el inverso del milagro mexicano: la destrucción, desde dentro, de buena parte del tamaño y de las facultades institucionales del Estado y, caso extremo, la continuación del servicio de la deuda ante los terribles efectos del macro sismo de 1985.

La supuesta habilidad técnica de ese gobierno, se puso al descubierto durante 1987, con un récord nacional de inflación, con continuas y significativas devaluaciones, con una orgía especulativa (alentada desde el poder) y el incierto resultado de las elecciones 1988. En aras de darle algún sentido a su extraño propósito, acabar con el populismo financiero, con lo que aquello quisiera decir, De la Madrid no prometió nada distinto a lo que hizo; López Obrador, sí.

¿Cómo calificar a un gobierno que observa con indiferencia la forma en la que la inflación destruye a los salarios nominales y convierte en caricatura a los reales?, ¿humanista?

Desde 1982 a la fecha, por 40 años, el tope salarial ha sido una política de Estado, una política contra el trabajo, como el resto de elementos emblemáticos del neoliberalismo (la autonomía del Banco Central, la apertura económica y comercial, la estabilización). Es hora, por la vía de derrumbar el tope salarial y permitir que los salarios reales sean positivos, de no mentir.

Durante la campaña del licenciado Luis Echeverría, en 1970, el talentoso economista Jesús Puente Leyva adquirió fama (y, después, una dirección adjunta en NAFINSA), por decir lo siguiente durante una gira política: “Quienes afirman que no es posible crecer con distribución del ingreso, mienten por interés”. Es lamentable que ahora enfrentemos una nueva circunstancia: quien afirma que el neoliberalismo ya se fue, miente por… ignorancia.

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