“La inflación no es un fenómeno monetario, es el resultado de desequilibrios de carácter real que se manifiestan en forma de aumentos del nivel general de precios. Este carácter real del proceso inflacionario es mucho más perceptible en los países subdesarrollados que en los países industriales” (Juan Francisco Noyola V., 1998: 275).

Al analizar las complicaciones que enfrenta la teoría cuantitativa de la moneda (TQM) al pretender aplicarla a la realidad, Keynes encontró la que representan los “embotellamientos” en el eslabonamiento hacia atrás de una actividad productiva (Keynes, 1958; p. 285); la expresión concreta de esta complicación es la imperfecta inelasticidad de la oferta [ez = ΛZ / ΛDs < 1], que se convirtió en el centro del análisis de Noyola –un extraordinario (y olvidado) economista mexicano[

]- sobre la inflación en América latina. La influyente afirmación de Milton Friedman: La inflación es siempre y en cualquier momento un fenómeno monetario, derivada de la añeja teoría cuantitativa de la moneda, intuida por Fray Tomás de Mercado durante el siglo XVI, a partir del efecto que la expoliación de metales preciosos de México y Perú y muy especialmente su traslado, primero a España y, después, a toda Europa Occidental, tuvo sobre los precios en ese continente, y finalmente formalizada por Irving Fischer, enfrentó una análisis alternativo, estructural, en el que la ineficacia productiva se convierte en la variable explicativa de la inflación.

En realidad, ambas explicaciones resultan complementarias, según se origine la espiral inflacionaria que se pretende analizar. Infortunadamente para los seguidores de la TQM (todos los bancos centrales autónomos), la inflación que está en curso a raíz de la pandemia, es estructural y representa el gran tropiezo de la globalización. El singular grado de interdependencia alcanzado por la economía mundial, relocalizando procesos productivos con la brújula de los menores costos laborales, fiscales, sociales y ambientales que arrojó una producción abundante y barata, a la hora de la pandemia topó con la parálisis de las cadenas de suministros, con nuevos “embotellamientos” y con nuevas inelasticidades de un sinnúmero de ofertas que se expresan en la elevación sostenida de los precios, al encontrarse con una demanda que se difirió durante la impronta del virus y que se expresa a plenitud tras la pandemia.

Si la causal de la inflación no es monetaria, la forma de enfrentarla tampoco debería serlo. La manera en la que las más importantes bancas centrales del planeta contravinieron a su credo, durante la pandemia, financiando el gasto público de los respectivos gobiernos mediante la compra de bonos oficiales, significó violentar la más fuerte prohibición establecida en la declaración de sus autonomías; pero el campo de acción de la autoridad monetaria está restringido a combatir el tipo de inflación que no tiene raíces estructurales.

El incremento en la tasa de interés, que se refleja en el inmediato encarecimiento del crédito, puede ser plausible al enfrentar una inflación originada en la demanda; cuando el factor preponderante en una espiral inflacionaria está colocado del lado de la oferta, como es el caso, un incremento en las tasas de interés se convierte en la invocación de la doble desgracia conocida como estanflación, y padecida con fuerza durante los años setenta del siglo pasado. Estancamiento con inflación fue una experiencia imposible de concebir, menos de superar, en el esquema dominante de la síntesis neoclásica-keynesiana, el conocido (y afortunadamente jubilado) modelo IS-LM, en cuya expresión gráfica no existe ninguna posibilidad de ubicar en un solo punto a ambas taras económicas.

La eventual solución, necesariamente estructural, reside en la posibilidad de otorgar elasticidad a la oferta, de incrementar la producción y proporcionar los estímulos adecuados a los distintos eslabones de las cadenas productivas. Es, o debiera ser, evidente que tal impuso a la oferta requiere de créditos abundantes y baratos y no de la elevación del costo del dinero. La racionalidad de nuestra especie parece encontrar límites cada día más cercanos.

1. Juan F. Noyola Vásquez (1958), Inflación y desarrollo económico en Chile y México, en Cincuenta años de pensamiento en la CEPAL. Textos seleccionados (1998), CEPAL-FCE, Chile, pp. 273-286. Noyola muere el 27 de noviembre de 1962 en un atentado aéreo en Perú, organizado por la CIA, siendo Director de Programación, Inversiones y Balances del gobierno cubano. Se le declaró “Mártir de la Revolución” y se le rindió homenaje como comandante muerto en campaña.



Profesor de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM, México)
 fjnovelo@correo.xoc.uam.mx 

 

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