(Portada de la revista Time, diciembre de 1965, y frase de la que se apropió Richard Nixon en 1971, -Alan Greenspan, 2008, La era de las turbulencia. Aventuras en un nuevo mundo, Ediciones B, Barcelona, p. 70-).

 

La marcha de los acontecimientos, como lo afirmó John K. Galbraith, es el enemigo de la sabiduría económica convencional. No son tiempos en los que el mercado y los precios estén en capacidad de gestionar al sistema económico ni para que el interés privado opere para el interés público (Keynes dixit). En el prefacio de sus Ensayos de Persuasión, el extraordinario economista inglés advierte que esa obra debió titularse Ensayos de Profecía y de Persuasión, porque la primera tuvo más éxito que la segunda.
Desde las propuestas ofrecidas en Las consecuencias económicas de la paz,1919: a) revisar el Tratado de Versalles; b) condonar las deudas interaliadas; c) obtener un empréstito internacional –de los Estados Unidos-, y d) reanudar las relaciones con Rusia, hasta las relativas a la ubicación, dirección y tareas del Fondo Monetario Internacional (FMI) y del Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento (BIRF), en 1946, la capacidad persuasiva de Keynes no registró mayor éxito y esas propuestas se acabaron imponiendo, cuando se impusieron, por la fuerza de los hechos.

Descubrir una nueva sabiduría económica, política y social para una nueva época, como aspiraba Keynes con la recuperación del gran enigma malthusiano de la demanda efectiva, para colocar en manos del Estado la gestión distributiva del ingreso que incrementaría el consumo, la elevación y diversificación de la rentabilidad de las inversiones y la socialización del dinero que evitaría su encarecimiento, acabaría produciendo el incremente del ingreso nacional y del volumen de ocupación. Nada más, pero –por supuesto- nada menos.

Cuando así sucedieron las cosas, durante el Nuevo Trato del presidente Roosevelt, en el Tercer Reich alemán (Joan Robinson escribió que Hitler acabó con el desempleo en Alemania, antes de que Keynes explicara sus causas), en Japón y en Suecia, el Estado tomó la iniciativa para poner de pie a economías agobiadas por los efectos de la Gran Depresión y con la práctica de una visible autosuficiencia económica nacional. Terminada la II Guerra Mundial, el programa keynesiano fue la variable explicativa de la época dorada del capitalismo (1945-1970), hasta la inquietante aparición de la Estanflación y el retorno del pensamiento económico prekeynesiano.

¿Cómo se explica que, en el largo plazo, Keynes siga vivo?, ¿qué ha fallado en las numerosas versiones de la teoría económica neoclásica que, por cierto, es la que domina globalmente la formación de economistas? La persistencia y agudización del desempleo, los efectos múltiples de la desregulación -que ha sido el emblema de la globalización neoliberal- en el medio ambiente, en la salud, en la seguridad, en la precarización y desamparo del trabajo, en la desigualdad y la pobreza.

La que está en curso, no se presenta como una crisis que pueda gestionarse por los estabilizadores automáticos, donde estén disponibles, por insuficiencia (temporalidad y volumen de la seguridad para el desempleo, por ejemplo); como en el pasado, el rentismo, que ocupa un papel realmente estelar en el capitalismo de hoy, no disfruta del menor prestigio en la sociedad y mueve a la evocación del presidente Roosevelt: “Ahora sabemos que un gobierno en manos del capital organizado es igual de peligroso que un gobierno en manos del crimen organizado”.
La ignorancia respecto a lo que el futuro traerá consigo, la incertidumbre, fundamental en la elaboración keynesiana (Keynes sin incertidumbre equivale a Hamlet sin el príncipe, escribió Hyman Minsky) y característica inescapable del desorden económico capitalista, ha sobrevivido a la soberbia de la economía convencional que insiste en convertirla en riesgo calculable, y ocupa la totalidad del horizonte. La duración de la pandemia, la extensión y profundidad de los efectos sanitarios, económicos, sociales y políticos, simplemente, no son datos disponibles en ningún tipo de modelación creíble.

La pertinencia de la teoría y de la política keynesianas, con medidas puntuales sobre endeudamiento y gasto público, correspondieron a la cantidad, diversidad y profundidad de los acontecimientos que lo tuvieron por testigo presencial. Nacido el mismo año en que muere Carlos Marx (1883) y fallecido en 1946, contempló desde un sitio privilegiado la cruenta historia de la primera mitad del siglo XX; formó parte de la Sociedad de los Apóstoles, en Cambridge; perteneció –en el más amplio sentido del término- a la vitalidad emocional, sensual e intelectual del Grupo de Bloomsbury; se declaró opositor de conciencia al reclutamiento militar durante la Gran Guerra; rechazó la injusticia y estupidez –no en ese orden- del Tratado de Paz surgido de la Conferencia de Versalles en 1919; advirtió sobre la venganza que se buscaría desde Alemania tanto del espartaquismo como del autoritarismo reaccionario; criticó el absurdo retorno al patrón oro y los perniciosos efectos de la sobrevaluación de la libra esterlina; dirigió a un grupo de alumnos y amigos sobresaliente, el Circus de Cambrigde (a Piero Sraffa, rescatado de la amenaza fascista en Italia, le pidió responder a las necedades de F. A. Hayek); describió la crudeza de la Gran Depresión y celebró la política económica de F. D. Roosevelt; elaboró (y distribuyó) un plan para pagar por la II Guerra Mundial; propuso la Unión de Compensación Internacional (Plan Keynes) para la desaparición de los nacionalismos económicos. Dejó un legado extraordinario en sus escritos y, todo ello, permite celebrar que, nuevamente, TODOS SOMOS KEYNESIANOS. Oj Alá.

Profesor de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM, México).

 

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