Era marzo y era 1985, bajó del avión, tomó sus cosas mientras pensaba en las personas que amaba, Luz, su esposa, ¿recordaría su rostro? ¿qué tanto habían cambiado los dos en diez años?, casi sin querer, sin una idea fija en que pensar, sus ojos se llenan de lágrimas, había pasado de país en país en el exilio, por el delito de no estar a favor de una dictadura militar, había escrito desde la distancia sus ideas en “El escritor latinoamericano y la revolución posible”, había sido amenazado de muerte, se habían llevado a la pantalla grande sus novelas y relatos, y habían pasado diez años desde que a través de un libro le dijo a su amada: “Te dejo con tu vida, tu trabajo, tu gente, con tus puestas de sol y tus amaneceres, sembrando tu confianza, te dejo junto al mundo derrotando imposibles”.

Años atrás, después del final de la gran guerra, aquella catástrofe que sumergió a Europa en uno de los peores procesos de su historia, donde miles de hombres y mujeres perdieron la vida defendiendo cosas y causas que no entendían, cuando, en el extremo sur de nuestro continente, en la provincia de Paso de los Toros, como una flor que nace en medio del desierto, o lluvia que cae después de la sequía nació Mario Orlando Hardy Hamlet Brenno Benedetti Farrugia (1920).

Mario Benedetti

, uno de los escritores más prolíficos de nuestra América Latina, hombre que a través de un lenguaje coloquial, sencillo, podía transmitir sus emociones a quienes lo leían, convirtiendo sus palabras, en las de aquellas personas que no encontraban la manera de decir las cosas, dando respuestas a las preguntas más complejas, por ejemplo, cuando movía su bigote chusco y expresaba: “Si te quiero es porque sos mi amor, mi cómplice y todo, y en la calle codo a codo, somos mucho más que dos”.

Resulta complicado pensar que emanaran de un hombre que se vio obligado a abandonar el Liceo Miranda (su escuela primaria) prematuramente para dedicarse al trabajo cuando solo tenia catorce años, que las mismas manos que escribieron La Tregua, Gracias por el fuego o Te quiero, serían las manos adolescentes que fabricaban partes de automóviles en la empresa Will L. Smith, S.A. o que sirvieron de recadero, taquígrafo o funcionario, quizá sea la nobleza del trabajo la que trascendió a las hojas para quedar marcadas de eternidad.

Hombre de izquierda que militó desde el inicio en el movimiento 26 de marzo, que a la postre sería parte del Frente Amplio de partidos de izquierda, en el que fue representante durante el golpe de estado de los años 70´s que instauró una dictadura Civico-militar en Uruguay.

Será quizá su insolencia, su convicción política o el miedo a la persecución lo que lo llevaron al exilio, de Argentina a Perú, de Cuba a España, siempre con la nostalgia de una patria distante donde le esperaba su amada y esa tierra que según vaticinaba uno de sus amigos, Roberto Darwin, cuando le decía: “un día regresaremos al lugar en donde duermen nuestros muertos, y será libre y feliz, el canto de nuestros pueblos…”

Ese día llegaría en marzo de 1985 y sería el inicio del desexilio, siendo este uno de sus periodos más creativos, de viajes intelectuales al lado de Joan Manuel Serrat, cantándole al mundo que “aquí abajo, cada uno en su escondite, hay hombres y mujeres que saben a que asirse, aprovechando el sol, y también los eclipses, apartando lo inútil y usando lo que sirve, con su fe veterana, el sur también existe…”

Benedetti

utilizó la poesía para dar voz a los silenciosos, para mostrarnos al hombre preso que mira diciéndole antes de su fusilamiento a Botija, que sus maestros olvidaron poner el acento en el hombre, que había que llorar para no olvidar, pero sobre todas las cosas, que uno no siempre hace lo que quiere, pero tiene derecho de no hacer lo que no quiere.

Rebelde hasta el extremo, pensando que si dios estaba en el cielo debía escuchar sus plegarias, por eso escribió su padre nuestro, tratando de que el depositario de su fe, recordara cómo se llega al sur de Río Grande, pero dejando de manifiesto el dolor que aun causaban las injusticias, los atropellos y los insultos a una nación latinoamericana que acusaban de deudora los que la habían robado: “Todavía nos deben como un siglo de insomnios y garrote, como tres mil kilómetros de injurias, como veinte medallas a Somoza, como una sola Guatemala muerta…”

Mario Benedetti

, el hombre que transformó en poesía el sentimiento de una nación, que le dio voz a los mudos, que cantó sus poemas cuando no los pudo recitar y llevó a las pantallas sus escritos cuando no los pudo leer, de el falta mucho que decir, por eso, este y muchos días más, se escribe rebeldía, pero se pronuncia Benedetti, “hombre que mira”.

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