Nací en san Felipe, Guanajuato. Conocido como San Felipe Torres Mochas, el nombre de torres mochas le fue impuesto durante la revolución cuando alguien, una autoridad, suspendió la construcción de unas torres que se veían desde la estación del ferrocarril. Al entrar el tren a la estación, el boletero anunciaba, “San Felipe”, hasta que un día cambió su pregón y gritó: “San Felipe Torres Mochas”, así quedo irremediablemente bautizado San Felipe…

De esta manera inicia el relato de la juventud de la maestra Alicia Pérez Salazar en el libro El Henriquista José Muñoz Cota: Recuerdos de Alicia Pérez Salazar de Teresa Thompson, donde describe a través de los recuerdos de la maestra como fue el proceso de su vida y su unión con el maestro Muñoz Cota, labor sin duda envidiable la de Teresa, comparable solamente con la de Guillermo recorriendo la biblioteca de la abadía.

Mi primer acercamiento con la maestra Alicia, fue en su relato “Bosquejo de José Muñoz Cota” que hacía la función de preludio al ensayo “El Águila Ciega” del maestro. Su redacción era sencilla, casi como si lo estuviera platicando, se sentía la nostalgia, el amor y el respeto con el que hacía remembranza de quien fue su compañero de vida, haciendo que el lector pasara a un plano dentro de la historia que ella narraba.

La vi por primera vez en el Congreso de Tlaxcala, cuando el entonces diputado local, ahora gobernador del estado y otrora alumno de los talleres impartidos por el maestro Muñoz Cota, Marco Antonio Mena Rodríguez, la reconoció como visitante distinguida de mi estado. Yo era un simple competidor de discursos que en el 2014 participaba en el concurso de oratoria “Premio Toci”, organizado por el maestro José Tomás Juárez Muñoz.

Le cedieron el micrófono a la maestra Alicia, mujer pequeñita de cuerpo delgado, cabello corto y rizado donde las canas habían ganado la batalla, miraba a la audiencia como descubriendo rostros conocidos en la generación que iniciaba su camino, como si intentara encontrar en nosotros a los alumnos que a tiempo había ayudado a formar, preguntándose quizá ¿habrá aquí otro embajador? ¿un gobernador? ¿cuántos líderes sociales del futuro no pasarán de la primera ronda de este concurso? Tomó el micrófono, se puso de pie y dijo: Seré breve, porque a veces mi novio el alemán no me permite hablar…

Nos contó de su vida, de los mítines donde el maestro sin previo aviso le dijo: “Habla Alicia” y no se rajó, de la persecución que vivió al lado del maestro, de las tardes caminando por la ciudad de México a su lado, compartiendo solo una torta para los dos, porque el trabajo escaseaba, de las largas caminatas a su lado y lo mucho que lo admiró. “En la edad de las pasiones mozas/ teníamos un millón de palabras/ en las noches, ya en calma/ las íbamos sacando/ palabras a colores/ soñadoras al interior del alma.

En mi mente al escuchar a esa mujer de cuerpo frágil aparecían dudas, ¿Era ella la legendaria Alicia? Era ese humano frente a mi el titán que inspiró al primer campeón nacional de oratoria a escribir: “Alicia -traducido- es nombre de jardín de ángeles/ Alicia -traducido- quiere decir isla de relámpagos azules/Pastora de naufragios/ Coleccionista de mis mástiles suicidas.

La respuesta era obvia, si lo era, pero no era la titán, tampoco era la gran formadora de generaciones ni la musa que todos pensábamos, era y sigue siendo mucho más, si es titán, no lo es por su estatura, sino por la estatura de sus ideales y la fortaleza de una niña que un país y un estado patriarcal, con solamente unos meses de taquígrafa cobró su primer cheque y con orgullo puso sus cuarenta y cinco pesos en las manos de su madre haciendo frente al macho mexicano que fue su padre y que constantemente proveía de golpizas a sus hermanos y a ella. Si fue gran formadora, no es por algún titulo universitario, que a muchos solo les sirven para engordar la egoteca, sino por el reconocimiento de los hombres y mujeres que aprendieron a decir palabras en casa, pero aprendieron a hablar de su mano, de su ejemplo y su esfuerzo. Si fue musa, fue una musa rebelde que no solo inspiró poemas de amor, sigue aun hoy inspirando discursos combativos, de mujeres que igual que ella, rebeldes por vocación hacen frente a un mundo lleno de machos.

Esa es la Alicia que conozco, que leo, que presumo, la mujer que, en la tribuna de líderes, organizada en Milpa Alta por Cesar Augusto del Ángel, a quien me enorgullece hoy llamar amigo, me llamó a la mesa del jurado y junto a otro compañero nos dijo: “Muy bonito y todo, jóvenes, pero no me dicen nada” y años después me felicitara por el triunfo en la tribuna de EL UNIVERSAL.

Maestra Alicia Pérez Salazar, mujer a quien hoy veo como símbolo de las mujeres que luchan, que hablan, que no se cansan, que no sabe cuantos hijos tiene porque más allá de los que dio a luz, miles de jóvenes aprendimos de ella y nos formamos por sus escritos y sus palabras teniendo un cordón umbilical que nos ata a sus discursos, a sus textos, por eso, en estos instantes en que estamos cada ves mas cerca del homenaje al maestro, organizado por el Foro Nacional de Oradores que lleva su nombre, y del cual me enorgullezco en pertenecer, que viene el día de la oratoria y con ello los discursos y las palabras, les pido fervientemente que no olviden, que si la oratoria tiene como padre a José Muñoz Cota, tiene como madre a la maestra Alicia.

No esperemos que sea tarde para reconocerla, hoy que la maestra esta viva, vive con ella la rebeldía de quien protege con sororidad a las suyas, de las que no se callan, de las que escriben, de las que cantan, por eso, esta semana se escribe rebeldía, pero se pronuncia: Alicia.

De lo que se trata es de levantar tu casa para colgar de la pared, creciéndole como una flor tu retrato. De colocar tu nombre a la entrada, invitando al país de las maravillas.

Deja abierta la ventana para que te visite la estrella que viaja desde tu pueblo a la ciudad y te trae saludos de las “torres mochas” de tu iglesia. (fragmento del poema “Barquitos de papel, para Alicia” de José Muñoz Cota).

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